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EVITAR LAS TRIVIALIDADES
Triviales, vulgares o rústicas no son sólo las palabras soeces, conocidas como “palabrotas”. Estas -supongo- deben evitarse en clase, aun cuando en la comunicación extra-aula, y dependiendo de la relación que se guarde con algunos alumnos, así como de las circunstancias, pueden usarse con cautela, si se desea romper la solemnidad.
Esto no significa que, en el salón de clases, el maestro desconozca el nivel sociocultural de sus alumnos, ni su edad adolescente, y se ponga a hablar con afectación y altanería. El profesor más sencillo en todo, es el más entendible, y el más entendible es el más eficaz. Y éste suele utilizar términos coloquiales, sin detrimento del rigor y la objetividad y a favor de la claridad, especialmente términos del habla juvenil. Hacerlo, despierta simpatías y estrecha las relaciones maestro-alumno en no pocos casos, sin caer en la vulgarización, que no debe confundirse con una verdadera divulgación. Infortunadamente, los adultos nos retrasamos mucho en conocer, y más aún en utilizar aquel habla. Ello se explica porque a menudo se trata de términos, de giros y aun de lenguajes completos, clandestinos, que poco se filtran.
Hace ya más de veinte anos una adolescente me dijo, fuera del aula, refiriéndose a algo en lo que estaba en desacuerdo conmigo: “Qué buscan ustedes, los adultos? De verdad te pregunto, profesor, ¿cuál es la onda?” Esa muchachita, Elia Nathan, es hoy investigadora en el campo de la filosofía de la ciencia. Pero en aquel entonces me desagradó la forma de verbalizar sus dudas. Mis tontos escrúpulos no admitían ciertas expresiones, a pesar de que me ubico en la generación del 68, por lo menos políticamente. Hoy, estoy seguro y lo afirmo bajo mi estricta responsabilidad, aunque directamente no me conste, el director general de mi escuela y aun el propio rector de la UNAM, han preguntado alguna vez y no sólo privadamente, “¿Cuál es la onda?” Más aún, sin que esto sea un elogio gratuito y servil, tales personas han utilizado esa expresión porque son hombres no sólo cultos, sino inteligentes. Los que se abstienen, puedo asegurarlo, son algunos, jóvenes o viejos, tradicionalistas y obsoletos,
Pero más vulgar que la utilización de las palabras llamadas “vulgares”, me parece, es utilizar un fragmento de la cultura de masas (una tonada o su intérprete, la muletilla de un locutor o el nombre del propio locutor, el chiste de un comediante, etc.), para ilustrar una teoría científica, filosófica o literaria. Hacerlo es, tal vez, hacer uso del efecto que produce, y convenirse así, en e1 mejor de los casos, en un profesor “efectivista”, lo cual no sería malo si eso ayudara a la comprensión, cosa improbable, pero sin duda es una vulgaridad Es la verdadera vulgaridad dentro del aula; no la vulgaridad del “vulgo”, de la gente común, del estudiante común; es la vulgaridad de la tontería, de la gansada, de la ramplonería, de la idiotez.