Rigor y Sentimiento
En mi curso(REVISAR) introductorio de Infonnática en 1991 pude observar cómo, después de transmitir una orden a la computadora y ver aparecer en la pantalla el resultado, los alumnos (todos, profesores de la Preparatoria No. 7) expresábamos regocijo con una exclamación general. El milagro de la computación nos sorprendía gratamente y nos ataba, Casi éramos como chicos asombrados ante un nuevo y milagroso juguete, con cualidades Inimaginables. Esto es como para imitase, sin convenirse en una computadora. Si al impartir la clase mostramos claramente la magia que encierra el conocimiento y ayudamos al alumno a reconocer ese prodigio, asombrándonos también nosotros mismos, su eficacia será mucho más duradera. Y aunque no fuera el campo vocacional de quien escucha, le servirá para tener amor por la cultura.
Utilizando un ejemplo del Alfred Ayer, parafraseándolo, un maestro nos decía: “José bosteza, lo que significa que José está aburrido en clase. pero al bostezar, José no me está diciendo a mí: ‘Profesor, yo estoy aburrido’, sino simplemente bosteza y al hacerlo exterioriza su aburrimiento”. Si en vez de bostezar dijera: “Estoy muy aburrido”, decirlo no conformaría tampoco un juicio enunciativo, sino el medio por el cual externa su aburrimiento, como lo hace con su bostezo. El hecho que sucedía en el aula era, sin embargo, que el José que bostezaba no era un José hipotético, sino quien esto escribe, y el profesor Wonfilio Trejo me miraba y señalaba, provocando que no sólo yo, también la clase entera, riera y luego guardara mayor atención.
Era esa una forma de descanso y a la vez un reforzamiento del cuidado, que había que poner a sus palabras. Con una broma, broma en serio, se hacía la pausa y se volvía en seguida a la pureza del rigor que aquel maestro indudablemente ponía en sus lecciones.
En mi primer ano de estudios en el bachillerato universitario, un maestro de Historia, Fernando Anaya Monroy, el primer día de clases nos dijo lo siguiente al reseñar ]as generalidades que trataría en el curso (cito de memoria): “Cristóbal Colón llegó a una isla a la que llamó San Salvador, y se dice que esta isla corresponde a la de Guanahaní o Watling, o a la del Gran Turco, o a la de Gatos, o a cualquier otra.Pero yo creo que no es tan importante saber cuál fue el lugar preciso, o no lo es tanto como el hecho mismo de haber llegado”. Recién desembarcado yo de Campeche, y después de un buen tiempo sin poner un pie en una escuela, ese maestro me hizo sentir, por fm en la Universidad. No describía solamente, también hacía sutiles juicios de valor. Sin restar vigor a su exposición, el maestro de Historia sugería muchas cosas, a la vez que las expresaba emotivamente, como una convicción propia definitiva. Ello me conmovió y me formó. Supe, o más bien verifiqué con palabras de un profesor inteligente, lo que ya intuía, a saber, que en el campo del conocimiento hay verdades más relevantes que otras. Y esto medio pie para pensar que las particularidades de los detalles, de los pormenores, pertenecen al especialista, y que el hombre culto no deja de serlo por desconocerlas.
Y también que la escuela Preparatoria no es formadora de especialistas, sino de bachilleres abiertos a los diversos campos de las especialidades. y así sucesivamente.
Expresar sentimientos en la cátedra, sin que ésta pierda rigor, es ayudar al alumno a la comprensión, mediante todo recurso retórico utilizable, mediante pausas inteligentes y graciosas, y también a través de la manifestación emotiva de las convicciones o de la seducción ejercida por una doctrina.
Mario de la Cueva, excelente en esto como su maestro Antonio Caso, nos sorprendía al mostrarnos cada una de las doctrinas, aún las contrapuestas, con el mismo interes y el mismo entusiasmo. Nunca supimos a qué filósofo del estado admiraba más; todos eran para él igualmente relevantes y sólo al hacer la crítica advertíamos las diferencias, y los alumnos quedábamos invitados a hurgar en la cultura filosófica y política de todas las épocas.
doxa 11