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El Ánfora Salvador Azuela Arriaga
aprendiendo el arte del comercio, se relacionó con los compradores a los que su jefe les surtía las tiendas, se aprendió de memoria los modelos, las marcas, las diferencias entre una tela y otra, el estilo de las camisas, las fábricas en que se producían las mejores prendas, en donde ofrecían buenos precios, al grado de que se convirtió en experto.
A diferencia de muchos ayudantes que llegaron al puesto sin ambiciones, Perico se convirtió en el brazo derecho de su jefe y, para su fortuna, el señor Quijal se sacó un buen premio en la Lotería Nacional y abandonó el país, seguramente partió a Líbano de donde era originario, dejando la tienda a la deriva. En ausencia de su jefe y para su fortuna, el señor Quijal se saco un buen premio en la Lotería Nacional y abandonó el país, seguramente partió a Líbano de donde a la deriva.
En ausencia de su jefe, Perico se hizo cargo del negocio, continuó atendiendo clientes y surtiendo pedidos sin descuidar detalles, pensando que si el señor Quijal regresaba algún día, debía de encontrar su comercio funcionando de la misma manera que él había establecido, incluso guardó las ganancias, para rendir cuentas satisfactorias. Pasaron los años y el propietario del negocio no regresó, así que el joven se convirtió en un rico comerciante de prestigio y se relacionó con los principales vendedores de ropa del país. Por sus cualidades logró que sus allegados olvidaran su apodo y lo llamaran por su nombre Gabino, y que sus clientes lo conocieran como el señor Ayala. Cuando Gabino cumplió 25 años, se casó con la joven más bella de la colonia: Martha Jiménez, una muchacha humilde, de grandes ojos verdes y buen porte, que muchos pretendían. Ella vivía en la esquina de la cuadra en donde estaba la vecindad y era hija de doña Adela, la dueña del puesto de tortas más famoso de la Lagunilla.
La moza era una buena estudiante en la Escuela Nacional Preparatoria, en donde obtuvo una cultura básica mejor que la de don Gabino.
Los Ayala Jiménez fueron felices en su matrimonio, tuvieron tres hijos, una mujer de nombre Georgina y dos hombres llamados Gabino Y Melchor.
Don Gabino Ayala Mina se convirtió en el comerciante más rico de México, que no sólo vendía camisas en nuestro país sino que las exportaba al extranjero, por lo que adquirió una gran casa porfiriana en la colonia Santa María la Rivera, y se empezó a codear con personajes importantes del mundo de los negocios, mientras educaba a sus hijos en las escuelas más caras del país, con la finalidad de que sus descendientes se relacionaran con alumnos de familias de alta alcurnia.
Como prospero hombre de negocios, don Gabino tenía pocos momentos de ocio, en los que de pronto y sin motivo alguno recordó aquella ánfora que había dejado olvidada en el pozo de su antigua vecindad. Fue al lugar en donde creció de niño y para su fortuna, todavía la pieza de cerámica se encontraba en la parte baja de aquel pozo, la sacó de la profundidad y se la llevó a su casa.
Cuando llegó a su domicilio con la pieza que habían robado él y su amigo, le enseño a su mujer la sorprendente obra de arte y relató a su esposa la aventura.
Martha quedó muy impresionada, cómo había leído la Ilíada, obra clásica de la literatura griega, se le ocurrió inventar que la familia de su consorte descendía de Áyax uno de los héroes aqueos más valientes, que participó en la guerra de Troya y en dos combates venció a Héctor general aqueo; y sin ningún antecedente real, dedujo que el apellido Áyax lo habían transformado en el tiempo, del griego al latín y del latín al español, al de Ayala, por tanto su esposo y sus hijos eran nobles de alta alcurnia.