“populistas”, “redentoristas” y “radicales” de la izquierda. En cambio, para los
sectores progresistas Paz representa una paradoja, no a partir de este homenaje,
sino desde que su obra cobra vida, y frente a esa paradoja la postura común ha sido
la indiferencia, el desprecio, el silencio…
El altar de la izquierda se encuentra lleno de mártires, víctimas, héroes inmolados,
pero nunca de críticos, disidentes o disconformes. En contraposición, la derecha, el
PRI y el Estado han asimilado a Octavio Paz como ícono de legitimación, pese a las
críticas de Paz hacia estos tres grupos. Me parece necesario romper este monopolio
y reconocer que hay elementos valiosos del pensamiento de Octavio Paz que la
izquierda debe rescatar y asumir como parte de su tradición, o al menos como
elementos que enriquezcan el debate sobre su identidad política.
Uno de los elementos que Paz somete a discusión, con su pensamiento y su propia
vida, es el rol del intelectual y su relación con el poder. Existen aún camaradas –y
en mi Facultad me he topado con varios- que satanizan todo tipo de cercanía con el
poder, mientras santifican la horizontalidad de la sociedad civil y el purismo de los
movimientos sociales, a la vez que desprecian todo tipo de interlocución con el
gobierno, con los medios o con las instituciones. Al respecto, considero que la
incidencia en el poder es proporcional a su proximidad y, por ende, no hay mejor
forma de reformar al poder que siendo cercanos a sus actores, reglas y espacios de
incidencia.
El pecado de Octavio Paz no fue su cercanía al gobierno, sino el no haber
aprovechado esa cercanía para corregir las fallas del sistema político que criticaba
en su literatura. El yerro de Octavio Paz no fue haber aprovechado todo tipo de
medios (incluido Televisa) para decir lo que pensaba, el yerro fue haber gastado
más tinta y saliva en criticar los crímenes de la izquierda internacional que en
señalar los crímenes de la guerra sucia en México. La falta de Octavio Paz no radica
en su esencialismo o “manía generalizadora” –como adjetivara Carlos Monsiváis-,
en querer aprehender la complejidad de la realidad (y de la naturaleza del mexicano)
en aforismos, antinomias y metáforas, sino en no haber sido lo suficientemente
específico y concreto respecto a su programa político (si es que contaba con alguno)
que hiciera de su intelecto un arma para transformar la realidad. Usted podría
argumentar querido lector, que mi problema con Paz es que era un intelectual y no
un político, pero no, mi problema con Paz es que fue un intelectual orgánico que
(intencionalmente o no) sirvió con sus intervenciones y silencios más al Estado
mexicano que a la disidencia de la cual alguna vez formó parte.
Entonces, ¿qué puede aprender la izquierda mexicana de Octavio Paz? Pues bien,
su aportación ha de encontrarse también en su acérrima crítica. Paz fue de los
primeros en denunciar los crímenes cometidos en los países llamados “socialistas”,
la existencia de campos de concentración (Gulags) en la URSS, en denunciar el
imperialismo soviético en los países de Europa del Este y la coerción de libertades
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