diálogos Digital Julio 2014 | Page 4

“populistas”, “redentoristas” y “radicales” de la izquierda. En cambio, para los sectores progresistas Paz representa una paradoja, no a partir de este homenaje, sino desde que su obra cobra vida, y frente a esa paradoja la postura común ha sido la indiferencia, el desprecio, el silencio… El altar de la izquierda se encuentra lleno de mártires, víctimas, héroes inmolados, pero nunca de críticos, disidentes o disconformes. En contraposición, la derecha, el PRI y el Estado han asimilado a Octavio Paz como ícono de legitimación, pese a las críticas de Paz hacia estos tres grupos. Me parece necesario romper este monopolio y reconocer que hay elementos valiosos del pensamiento de Octavio Paz que la izquierda debe rescatar y asumir como parte de su tradición, o al menos como elementos que enriquezcan el debate sobre su identidad política. Uno de los elementos que Paz somete a discusión, con su pensamiento y su propia vida, es el rol del intelectual y su relación con el poder. Existen aún camaradas –y en mi Facultad me he topado con varios- que satanizan todo tipo de cercanía con el poder, mientras santifican la horizontalidad de la sociedad civil y el purismo de los movimientos sociales, a la vez que desprecian todo tipo de interlocución con el gobierno, con los medios o con las instituciones. Al respecto, considero que la incidencia en el poder es proporcional a su proximidad y, por ende, no hay mejor forma de reformar al poder que siendo cercanos a sus actores, reglas y espacios de incidencia. El pecado de Octavio Paz no fue su cercanía al gobierno, sino el no haber aprovechado esa cercanía para corregir las fallas del sistema político que criticaba en su literatura. El yerro de Octavio Paz no fue haber aprovechado todo tipo de medios (incluido Televisa) para decir lo que pensaba, el yerro fue haber gastado más tinta y saliva en criticar los crímenes de la izquierda internacional que en señalar los crímenes de la guerra sucia en México. La falta de Octavio Paz no radica en su esencialismo o “manía generalizadora” –como adjetivara Carlos Monsiváis-, en querer aprehender la complejidad de la realidad (y de la naturaleza del mexicano) en aforismos, antinomias y metáforas, sino en no haber sido lo suficientemente específico y concreto respecto a su programa político (si es que contaba con alguno) que hiciera de su intelecto un arma para transformar la realidad. Usted podría argumentar querido lector, que mi problema con Paz es que era un intelectual y no un político, pero no, mi problema con Paz es que fue un intelectual orgánico que (intencionalmente o no) sirvió con sus intervenciones y silencios más al Estado mexicano que a la disidencia de la cual alguna vez formó parte. Entonces, ¿qué puede aprender la izquierda mexicana de Octavio Paz? Pues bien, su aportación ha de encontrarse también en su acérrima crítica. Paz fue de los primeros en denunciar los crímenes cometidos en los países llamados “socialistas”, la existencia de campos de concentración (Gulags) en la URSS, en denunciar el imperialismo soviético en los países de Europa del Este y la coerción de libertades 4