incrementar las oportunidades para sobrevivir–. Este proceso biológico es tanto un modelo
filosófico como una realidad fundamental.
Según Spencer, el conocimiento surge de la experiencia. Esta última es fenoménica y
accesible a la observación. Fuera de nuestro control o deseos, responde a algo terco,
intransigente, que sentimos como externo y que llamamos la realidad. Dividimos la
experiencia en dos categorías epistemológicas: lo cognoscible y lo incognoscible. Dentro de
la primera cae lo conocido y lo que se puede conocer –la experiencia misma–. De ella brota
y a ella está limitado el conocimiento: se observan los fenómenos, se descubren sus
relaciones, se conectan con inducciones que al repetirse y acumularse en la memoria
resultan en el saber que llamamos sentido común y que nos permite sobrevivir. El
razonamiento –otra habilidad adquirida por el organismo para sobrevivir– consiste en
conectar conceptos derivados de la experiencia por medio de procedimientos aprendidos y
aprobados por la experiencia misma.
La segunda categoría es lo incognoscible, lo que no se puede concebir o experimentar. En
ella cae lo que está detrás de la experiencia, los objetos tradicionales de la metafísica y la
religión: la realidad, la naturaleza absoluta de las cosas, el origen del universo, Dios, la
conciencia, el tiempo y el espacio, la materia y el movimiento, etc. Según Spencer, el
razonamiento, por trabajar sólo con conceptos empíricos, no puede formular ninguna
concepción de estos absolutos. Al afirmar proposiciones sobre los incognoscibles, el
razonamiento crea contradicciones, antinomias o suposiciones inauditas e inconcebibles. Por
lo tanto, la metafísica no es posible, es pura palabrería porque se engendra de la aplicación
errónea a lo incognoscible de los procedimientos racionales usados para comprender lo
cognoscible. El error de la metafísica es suponer que los incognoscibles tienen referencias
como las tienen los cognoscibles; creer que lo que se piensa tiene que existir más allá del
pensamiento.
Una vez aclarada esta distinción epistemológica, Spencer define la filosofía como un
conocimiento completamente unificado y coherente. Su objeto es establecer no sólo las
conexiones simples entre los datos sino también una concepción unitaria del por qué de las
cosas. Representa el conocimiento más general de la realidad: «El sentido común es el nivel
más bajo del conocimiento no-unificado; la ciencia es el conocimiento parcialmente
unificado; la filosofía es el conocimiento totalmente unificado». La filosofía comienza con las
generalizaciones más amplias de las ciencias particulares que se sistematizan y se asocian
para formar conceptos aun más generales, hasta llegar a una unificación total del
conocimiento bajo primeros principios, «las proposiciones más generales de la experiencia,
no inferibles de ninguna más profunda y probadas al demostrarse una congruencia completa
entre las conclusiones que implican». La filosofía es, entonces, una superciencia, un
depósito de verdades inductiva de gran generalidad que expresan las reglas que unifican el
conocimiento y las condiciones en que se produce la experiencia.
La ley de la evolución tiene, para Spencer, una aplicación universal. Afirma que los
organismos
EL POSITIVISMO CIENTÍFICO DE MACH
Congruente con el positivismo clásico, Mach reafirma que la ciencia describe y predice las
relaciones observables entre los fenómenos; que sus métodos no son los apodícticos de la
lógica y las matemáticas, sino los de experimentación y verificación; y que su objeto es dar
una descripción completa y económica de la realidad. La economía se logra al “reemplazar o
salvar las apariencias por medio de la reproducción y anticipación de los hechos en el
pensamiento. La memoria está más a mano que la experiencia, y frecuentemente sirve los
mismos fines”. La ciencia economiza al sustituir las experiencias científicas con los
conceptos y leyes que la representan, facilitando el cálculo y librando a la mente de labores
excesivas. La ciencia es, además, instrumental y utilitaria –es un instrumento para controlar