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DERROTA MUNDIAL
misteriosas arcas había salido el dinero para emprender obras gigantescas que dieron tra-
bajo a 6.136,000 cesantes existentes en enero dé. 1933? ¿Había logrado, acaso, la piedra
filosofal buscada por los antiguos alquimistas para transformar el plomo en oro?
La fórmula no era un secreto, pero sonaba inverosímilmente sencilla entre tanta falacia
que la seudociencia económica judía había hecho circular por el mundo. Consistía,
básicamente, en el principio de que "la riqueza no es el dinero, sino el trabajo". En
consecuencia, si faltaba dinero, se hacía, y si los profetas del reino del oro gritaban que esto
era una herejía, bastaba con aumentar la producción y con regular los salarios y los
capitales para que no ocurriera ningún cataclismo económico.
El investigador norteamericano Sweezy pudo ver como se daba ese paso audaz y
escribió: "Los dividendos mayores de 6% debían ser invertidos en empréstitos públicos. Se
considera que el aumento de billetes es malo, pero esto no tiene gran importancia cuando
se regulan los salarios y los precios, cuando el Gobierno monopoliza el mercado de
capitales y cuando la propaganda oficial entusiasma al pueblo".
Sweezy relata también que la economía nazi ayudó a los hombres de negocios a
eliminar a los logreros de la industria; se ampliaron las subvenciones para las empresas
productoras de bienes esenciales; se implantó un espartano racionamiento y el comercio
internacional se rigió a base de trueque. Mediante el Frente Alemán del Trabajo "la ilusión
de las masas se desvió de los valores materiales a los valores espirituales de la nación"; se
aseguró la cooperación entre el capital y el trabajo; se creó un departamento de "Fuerza por
la Alegría"; se agregó otro de "Belleza y Trabajo"; se implantó el mejoramiento
eugenético y estético de los centros de trabajo. Para reducir las diferencias de clase, cada
joven alemán laboraba un año en el "Servicio de Trabajo" antes de entrar en el ejército; se
trasladaron jóvenes de las ciudades a incrementar las labores agrícolas; se movilizó a los
ancianos a talleres especiales; a los procesados se les hizo desempeñar trabajos duros; a los
judíos se les aisló del resto de los trabajadores, "con objeto de que el contagio fuera
mínimo"; y las ganancias de los negociantes se redujeron a límites razonables.
El ex Primer Ministro francés Paul Reynaud dice en sus "Revelaciones" que "en 1923
se trabajaban en Alemania 8,999 millones de horas y en Francia 8,184 millones. En 1937
(bajo el sistema nazi que absorbió a todos los cesantes) se trabajaban en Alemania 16,201
millones de horas, y 6,179 millones en Francia". Como resultado la producción industrial y
agrícola de Alemania llegó a sextuplicarse en algunos ramos y así la realidad trabajo fue
imponiéndose a la ficción oro. Un viejo anhelo de la filosofía idealista alemana iba
triunfando aun en el duro terreno de la economía. En sus "Discursos a la Nación Alemana"
Juan G. Fichte había dicho en 1809 que "al alumno debe persuadírsele de que es
vergonzoso sacar los medios para su existencia de otra fuente que no sea su propio trabajo".
Naturalmente que esto entraba en pugna con los intereses de una de las ramas judías
que halla más cómodo amasar fortunas en hábiles especulaciones, monopolios o
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