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DERROTA MUNDIAL
diera a Alemania manos libres en el oriente de Europa... La Rusia Blanca y la Ucrania eran
indispensables para la vida futura del Reich alemán, con más de 70 millones de almas.
Nada menos se consideraría suficiente. Todo lo que se pedía de la Comunidad Británica de
Naciones y del Imperio en general era una actitud de no intervención".
Una vez más quedó así expuesta la más grave y fundamental decisión de Hitler y de
Alemania: ataca a la URSS y arrebatarle la Rusia Blanca y ucrania para que Alemania —
miembro clave de la civilización occidental— creciera a costa del Oriente y no del Oc-
cidente.
Churchill dejó una vez más a Hitler con la mano tendida. Su respuesta fue la
siguiente, según lo dice en sus Memorias: "Le dije sin vacilar, que estaba seguro de que el
Gobierno británico no convendría en dar a Alemania libertad de acción en la Europa
Oriental. Era verdad que nos hallábamos en malos términos con la Rusia soviética y que
aborrecíamos al bolchevismo tanto como Hitler mismo, pero podía estar seg uro de que
aun cuando Francia quedaba salvaguardada, la Gran Bretaña nunca se desinteresaría de la
suerte del Continente hasta un extremo que permitiera a Alemania ganar la dominación
de la Europa Central y Oriental”...
"No estime usted a Inglaterra en menos de lo que vale. Tiene mucha habilidad. Si
nos hunden ustedes en otra guerra, hará que el mundo entero se ponga contra Alemania,
como la última vez. Al oír esto, el embajador se puso de pie muy acalorado y dijo:
Inglaterra podrá ser muy hábil, pero en esta ocasión no colocará al mundo contra
Alemania".
En este punto Ribbentrop estaba equivocado.
EL TRONO DEL ORO EMPUJA A OCCIDENTE
Había otro factor también interesado en que "el mundo entero" se alineara en contra de
Alemania. Ese factor era el Trono del Oro. Ahí el judaísmo se movía con ancestral destreza
y mediante abstrusas teorías seudo científicas disfrazaba su dominio sobre las fuentes
económicas.
La influencia de ese trono acababa de ser proscrita en Berlín. Hitler había proclamado
que la riqueza no es el oro, sino el trabajo, y con la realidad palpable de los hechos estaba
demostrándolo así.
Lentamente iba quedando al descubierto la ruin falacia de que el dinero debe privar
sobre las fuerzas del espíritu. El hecho de que así ocurriera no era prueba concluyente de
que así debería seguir ocurriendo. La economía nacionalsocialista de Hitler se aventuró re-
sueltamente por un nuevo camino ante los ojos incrédulos del mundo. Había recibido una
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