DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 84
Salvador Borrego
Alemania exhausta por la última guerra, y de la miseria resurgía como una potencia
internacional.
Con un territorio 19 veces mayor que Alemania y con recursos naturales y económicos
infinitamente más grandes, Roosevelt no había dado empleo a sus once millones de
cesantes. Pese a sus vastos recursos coloniales, los imperios británico y francés tampoco se
libraban de ese crimen del trono del oro. En cambio, en la minúscula Alemania, no
obstante la carencia de vastos campos agrícolas, de petróleo, de oro y de plata, la economía
"nazi" había dado trabajo y pan a los 6.139,000 desocupados que le heredó el antiguo
régimen.
Si los sabihondos de la "ciencia económica" erigida en "tabú" alegaban que cierto
terreno no podía abrirse al cultivo ni acomodarse ahí determinado número de cesantes,
debido a que no había dinero, esto parecía ser una razón suficiente. La economía nazi, en
cambio, se desentendía de que en el banco hubiera o no divisas o reservas de oro; emitía
dinero papel, creaba una nueva fuente de trabajo, daba acomodo a los cesantes, aumentaba
la producción y ese mismo aumento era la garantía del dinero emitido. En vez de que él
oro apuntalara al billete de banco, era el trabajo el que lo sostenía. En otras palabras, la
riqueza no era el dinero, sino el trabajo mismo, según la fórmula adoptada por Hitler.
Si en un sitio había hombres aptos para trabajar y obras que realizar, la economía
judaica se preguntaba si además existía dinero, y sin esté tercer requisito la obra no se
iniciaba y los cesantes permanecían como tales: La economía nazi, en cambio, no
preguntaba por el dinero; el trabajo de los hombres y la producción de su obra realizada
eran un valor en sí mismos. El dinero vendría luego sólo como símbolo de ese valor
intrínseco y verdadero.
Por eso Hitler proclamó: "No tenemos oro, pero el oro de Alemania es la capacidad
de trabajo del pueblo alemán... La riqueza no es el dinero, sino el trabajo". Los
embaucadores del trono del oro gritaban que ésta era una herejía contra la "ciencia
económica", mas Hitler refutaba que el crimen era tener cesantes a millones de hombres
sanos y "fuertes y no el violar ciertos principios de la seudociencia económica disfrazada
con relumbrantes ropajes de disquisiciones abstrusas. "La inflación —dijo Hitler— no la
provoca el aumento de la circulación monetaria. Nace el día en que se exige al comprador,
por el mismo suministro, una suma superior que la exigida la víspera”. “Allí es donde hay
que intervenir. Incluso a Schacht tuve que empezar a explicarle esta verdad elemental: que
la causa esencial de la estabilidad de nuestra moneda había que buscarla en los campos de
concentración. La moneda permanece estable en cuanto los especuladores van a un
campo de trabajo. Tuve igualmente que hacerle comprender a Schacht que los beneficios
excesivos deben retirarse del ciclo económico”.
"Todas estas cosas son simples y naturales. Lo fundamental es no permitir que los
judíos metan en ellas su nariz. La base de la política comercial judía reside en hacer que
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