DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 417

DERROTA MUNDIAL salen ilesos. Uno de los planeadores que vuela detrás es cogido por un torbellino y se estrella. "Cerca de una pequeña eminencia, precisamente en la esquina del hotel, estaba e! primer carabinero —dice Skorzeny—. Paralizado de asombro, ni se movió; sin duda trataba de comprender cómo habíamos podido caer del cielo...'Me lancé hacia el edificio... A mi lado sentía el jadeo de mis hombres; sabía que me seguían y que podía contar con ellos. Pasamos como una tromba ante el soldado pasmado lanzándole sólo un ¡Maní in alto! y llegamos al hotel. 170 “Nos colamos por una puerta abierta. Al trasponer el umbral vi una estación emisora y a un soldado italiano ocupado en transmitir mensajes. De una fuerte patada hice bailar su silla, al mismo tiempo que destrozaba la estación con la culata de mí fusil ametralladora... Rodeamos, corriendo, el edificio, doblamos la esquina y llegamos ante una terraza de unos tres metros de altura. Uno de mis suboficiales me alzó sobre sus hombros y saltando desde ellos salvé la balaustrada. Los demás me siguieron... En una ventana del primer piso advertí una enorme cabeza característica: el Duce. Le grité que se echase atrás; luego nos precipitarnos hacia la entrada principal. Allí chocamos con carabineros que intentaban salir. Habían montado dos ametralladoras; las tumbamos patas arriba. Me abrí camino a cula- tazos a través de la masa compacta de italianos, mientras mis hombres gritaban sin parar: ¡Mani in alto! Entré en el vestíbulo. A la derecha había una escalera cuyos peldaños subí de tres en tres; llegando al primer piso, penetré a lo largo de un pasillo, abrí una puerta al azar. ¡Era la buena! En la habitación estaba Benito Mussolini con dos oficiales italianos, que puse contra la pared. “Entretanto, mi bravo teniente Schwerdt se reunió conmigo, haciéndose cargo inmediatamente de la situación, sacó de allí a los dos oficiales, que estaban demasiado sorprendidos para pensar en resistir... Al menos por el momento, el Duce estaba en nuestras manos. Desde nuestro aterrizaje sólo habían pasado tres o, a lo sumo, cuatro minutos... En la lejanía sonaron algunos disparos aislados, hechos sin duda por los puestos italianos diseminados por la meseta. Salí al pasillo y llamé, a gritos, al comandante de la prisión. Este, un coronel, llegó en seguida. Le expliqué que toda resistencia era inútil y exigí la rendición inmediata. Me pidió un breve plazo para reflexionar; le concedí un minuto. Radl había logrado ya franquear la entrada, pero yo tenía la impresión de que los italianos aún impedían el paso, porque yo no había recibido más refuerzos. “El coronel italiano regresó. Traía con las dos manos una copa de cristal llena de vino tinto, que me te ndió con una breve inclinación. 'Para el vencedor', dijo. Una sábana 170 Misiones Secretas.—Por Otto Skorzeny. 417