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DERROTA MUNDIAL
El israelita J. E. Sireni, marxista, había presentado al "Intelligence Service" británico
un plan de arrojar paracaidistas judíos detrás de las líneas alemanas, pues por su
fanatismo —decía— estaban capacitados para realizar las más peligrosas misiones de
sabotaje. Y los hechos lo comprobaron ampliamente.
La Gestapo cercó a Lídice en busca de los asesinos de Heydrich, a quienes
protegían 120 guerrilleros. Una vez desalojada la población civil, Lídice fue arrasada por la
policía alemana, pero ya la decidida resolución de los paracaidistas judíos había salvado a
su amigo Canaris de ir al paredón en 1942»
Para la Gestapo fue irreparable la pérdida de Heydrich, quien la había llevado a un
alto grado de eficacia. Sus servicios secretos llegaron a captar las pulsaciones eléctricas del
cable submarino y a descifrarlas mediante laborioso proceso de matemáticos e ingenieros
radiotécnicos. En esta forma una vez fue descifrada una plática telefónica entre Roosevelt y
Churchill, sostenida de Washington a.Londres. Algunos agentes de la Gestapo disponían
de aparatos transmisores casi del tamaño de una cajetilla de cigarros, capaces de transmitir
en tres quintos de segundo una grabación de seiscientas palabras en clave. Así no podía ser
descubierta.
Además del grupo de traidores de Canaris, que acababa de salvarse casi
milagrosamente, Hjalmar Schacht (ex presidente del Banco de Alemania y ministro sin
cartera durante todo 1942) se dedicaba a desmoralizar generales y a tratar de agrupar a
los enemigos de Hitler. En 1941, en plena ofensiva contra la URSS, había persuadido al
general Hoeppner, comandante del 4º ejército blindado, de que proseguir la lucha contra
él comunismo era ayudar a Hitler. Hoeppner acabó por insubordinarse y fue dado de
baja.
Y aparte de. los prominentes conspiradores a quienes guiaban sus compromisos
internacionales (como Góerdeler, Beck, Canaris y Schacht), numerosos generales se
oponían a Hitlér. Unos lo hacían por el celo profesional y aristocrático de que "un cabo"
fuera su comandante supremo, y otros por vagos móviles políticos o porque sinceramente
creían (como se los decían Góerdeler, Beck, Canaris y Schacht) que eliminando a Hitler,
Alemania no tendría nada qué temer de sus enemigos.
También ocurría que muchos de los generales querían batallas en las que
previamente, con cifras, estuviera asegurado el éxito, en tanto que Hitler afirmaba
fanáticamente —y así lo había demostrado en varias ocasiones— que las fuerzas espirituales
y la inteligencia pueden sobreponerse a las desventajas materiales.
Al reanudarse en 1942 la campaña en Rusia, numerosos generales habían formado de
hecho un frente de resistencia pasiva. El mariscal Ritter von Leeb, que en 1941 mandó el
frente norte, con meta en Leningrado, quería en 1942 una retirada general y acabó por
renunciar. Blumentritt, entonces subjefe del Estado Mayor General, comento que Von
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