DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 22

Salvador Borrego Las autoridades rusas no tardaron en tratar de frustrar ese inusitado procedimiento de protección y esto dio origen a que numerosos órganos de la prensa americana protestaran contra la falta de respeto a las ciudadanías recién concedidas por los Estados Unidos. Con esa ejemplar hermandad que los israelitas practican desde uno al otro confín del mundo, "el 15 de febrero de 1911, estando Taft en el poder —agrega Henry Ford— los judíos Jacobo Schiff, Jacobo Furt, Luis Marshall, Adolfo Kraus y Enrique Goldfogle le pidieron que como represalia contra Rusia fuera denunciado el Tratado de Comercio". Aunque en un principio Taft se rehusó, israelitas de todo el país enviaron cartas a senadores y diputados, gestionaron apoyo de gran parte de la prensa, pusieron en movimiento el Comité Judío Americano, a la Orden B'irit y a otras muchas, filiales o afines. El influyente político Wilson, que después llegó á ser Presidente de EE. UU., presionó resueltamente en favor de los judíos y durante un discurso en el Carnegie Hall afirmó: "El gobierno ruso, naturalmente, no espera que la cosa llegue al terreno de la acción; y en consecuencia, sigue actuando a su placer en esta materia, en la confianza de que nuestro gobierno no incluye seriamente a nuestros compañeros de ciudadanía judíos entre aquellos por cuyos derechos aboga: no se trata de que expresemos nuestra simpatía por nuestros compañeros de ciudadanía judíos, sino de que hagamos evidente nuestra identificación con ellos. Esta no es la causa de ellos; es la causa de Norteamérica". Finalmente, el Tratado de Comercio suscrito ochenta años atrás, fue denunciado el 13 de diciembre de 1911. Por primera vez un zar—en ese entonces Nicolás II— sintió que los descendientes de aquellos israelitas que 50 años antes rehuían temerosos la violencia rusa, ya no estaban tan solos! Aunque la inmensa mayoría eran nacidos en las estepas, y aunque eran hijos y nietos de otros también nacidos allí, ni el medio ambiente ni la convivencia de siglos los hacían clau- dicar de sus metas políticas ni de sus costumbres. Tal parecía que conservando sin mezcla su sangre conservaba igualmente sin mezcla su espíritu. Cierto, que el Imperio Ruso era aún poderoso y que la lejana represalia de la denuncia del Tratado de Comercio americano no bastaba para revocar las limitaciones impuestas a los: israelitas, mas sin embargo, constituía un incómodo incidente que en grado imponde- rable influyó para que se suavizara el trato oficial a los judíos. Y aun que ese mismo año de 1911 se estableció que los judíos no podían ser electos concejales, en la práctica se les trató con mayor consideración. Entre tanto, el llamado Comité Ejecutivo seguía ocultamente propiciando la rebelión. Las series de huelgas sangrientas que se iniciaron en 1905 adquirieron incontenible impulso en 1910 al estallar doscientos paros obreros. Tres años más tarde las huelgas se contaban por millares. Se agitaba a las masas y su descontento iba siendo crecientemente aprovechado como instrumento revolucionario marxista. En ese entonces el Imperio Ruso se hallaba ya tan minado que malamente podía afrontar una guerra internacional. Por eso fue tan insensato y hasta inexplicable que se lanzara a una aventura de esa índole en 1914, para apoyar a Serbia en contra de Austria- Hungría. El zar dio contraorden a fin de que no se realizara la movilización general y evitar el choque con Alemania, pero el Ministro de la Guerra, Sujofinov, y todo el Estado Mayor 22