DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 174

Salvador Borrego con la retirada hacia Inglaterra de las doce divisiones británicas (180,000 hombres), y todos sus servicios hasta totalizar 338,000. La segunda gran batalla, la del Río Somme, se inició la madrugada del 5 de junio con la siguiente proclama de Hitler a sus tropas: «¡Soldados!, muchos de ustedes han sellado su lealtad con la vida. Otros han resultado heridos. Los corazones del pueblo, con profunda gratitud, están con ellos y con ustedes. Los gobernantes plutocráticos de Inglaterra y de Francia que han jurado por todos los medios impedir el florecimiento de un mundo mejor, desean la continuación de la guerra. Su deseo se realizará. ¡Soldados! En este día el frente occidental vuelve a marchar. Toda Alemania está de nuevo con ustedes. Por esto ordeno que durante ocho días ondeen en toda Alemania las banderas. Esto debe constituir un homenaje en honor de nuestros soldados. Ordeno además que durante tres días repiquen las campanas. Que su eco se una a las oraciones con las cuales el pueblo alemán deberá desde ahora acompañar a sus hijos, pues hoy por la mañana las divisiones alemanas y las escuadrillas aéreas han reanudado la batalla por la libertad y el futuro de nuestro pueblo». En ese mismo frente Hitler había combatido como cabo 24 años antes y había caído herido. Ahora era el jefe absoluto de Alemania y quizá muchas veces recordó los combates de septiembre de 1916, que relató como «monstruosas batallas de material, cuya impresión difícilmente se puede describir; aquello era más infierno que guerra». La historia se repetía en junio de 1940 y la batalla era más monstruosa aún. Pero así como ardía con mayor fuerza, más pronto llegaba a su fin; era la «blitzkrieg», guerra relámpago, que Hitler había pedido a sus generales basándose en los estudios de von Moltke, de Schlieffen y de Ludendorff. En medio de un sofocante calor y espesas polvaredas, a 112 kilómetros al Norte de París, dos millones de combatientes eran confusamente movidos por sus estados mayores que anhelosamente buscaban la victoria. El generalísimo francés Máxime Weygand sustituyó a Gamelin y el 7 de junio decía patéticamente a sus tropas: «El futuro de Francia depende de la tenacidad de ustedes... ¡Afiáncense con firmeza al suelo de Francia!» Pero mayor era aún la firmeza de los atacantes. El Alto Mando Alemán anunció poco después: «La línea Weygand fue rota en toda su extensión y profundidad». Era ésta la alborada de la victoria. División tras división se precipitó entonces por las brechas hacia el corazón de Francia. Reynaud (Primer Ministro de Francia) había telefoneado el 5 de junio a Roosevelt para pedirle premiosamente más cañones y aeroplanos. Aunque Roosevelt carecía de facultades para hacer que Estados Unidos interviniera en una guerra ajena, ordenó que le fueran enviados. El consejo supremo del Rito Escocés acababa de reunirse en Washington (31 de mayo) y había acordado que el país debería intervenir cuanto antes en la guerra. Y el 10 de junio, en un esfuerzo desesperado por apuntalar el frente antigermano, Roosevelt exhortó a 174