DERROTA MUNDIAL - EDICIÓN HOMENAJE AL AUTOR DERROTA MUNDIAL (Edición Homenaje) | Page 133
DERROTA MUNDIAL
«Vivimos no sólo en un Estado, sino en un sistema de Estados, y es inconcebible la
existencia de la República Soviética por un tiempo largo, junto a Estados imperialistas. A la
postre, aquélla habrá de vencer a éstos, o éstos a aquélla».
Inglaterra y Francia habían iniciado la guerra bajo la bandera de que estaban
defendiendo a Polonia. Cuando Stalin atacó por la espalda a los polacos vencidos y les
arrebató la mitad de su país, un sospechoso silencio se hizo en Occidente. Ese hecho lo
refiere Churchill en sus Memorias con una suavidad de terciopelo:
«El gobierno británico se encontró desde el principio con un dilema. Habíamos ido a la
guerra con Alemania como resultado de la garantía que dimos a Polonia... Y Rusia se
negaba a garantizar la integridad de Polonia». ¿Podría creerse en la sinceridad de los
estadistas occidentales cuando hablaban de defender principios de libertad si los polacos
eran atacados por los alemanes, y callaban si los atacantes eran bolcheviques? ¿Podría
creerse en esa sinceridad cuando se empeñaban en cerrarle a Hitler el paso hacia Moscú y
en cambio no tomaban ninguna providencia contra la amenazante expansión del marxismo
soviético hacia el mundo occidental?
Con una inconsciencia sólo explicable por su odio personal contra Hitler —odio que se
evidenció desde el verano de 1932, cuando por primera vez se negó a hablar con él—,
Churchill hasta se regocijó en cierto modo por la invasión soviética de Polonia y escribió:
«Los rusos han movilizado fuerzas muy grandes y han demostrado capacidad para avanzar
lejos y con prontitud». No procedía Churchill como estadista, porque la cualidad elemental
del estadista es buscar el beneficio de su patria, y no podía ser benéfico que la URSS se
desbordara sobre sus fronteras, ya que esencialmente la doctrina bolchevique era contraria
al Imperio Británico. Mil veces menos dañoso para Inglaterra era el movimiento alemán
hacia el Oriente, con sus metas claramente proclamadas: conquistar territorio soviético,
cimentar la amistad con el Imperio Británico e incluso concertar una alianza con él.
Es indiscutible la habilidad de Churchill como líder y como orador. Pero su ceguera o
su mala fe como estadista es un hecho que la Historia no podrá soslayar. Es un hecho que
está sufriendo en carne propia el mismo Imperio Británico, el cual al terminar la guerra
comenzó a desgajarse como si fuera un vencido y no un vencedor. Al concluir la campaña
polaca, y por fin ya en la frontera de la URSS, Hitler hizo otro llamado de amistad a
Francia y a la Gran Bretaña, que un mes antes le habían declarado la guerra. En sus
palabras no había el menor rastro de odio y sí un visible deseo de que el Occidente se
reconciliara con Alemania, cuyo propósito no era otro que combatir el bolchevismo, o sea
el auténtico enemigo de la Civilización Occidental. El 6 de octubre de 1939 Hitler dijo:
«Ofrecí a los detentadores del poder en Varsovia dejar salir por lo menos a la
población civil... Ofrecí después no bombardear un barrio entero de la ciudad, el de Praga,
reservándolo para la población... No obtuve respuesta. Entonces ordené para el 25 de
septiembre el comienzo del ataque...
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