—¿Seguro no tienes nada que ver con Laura?
—Mhjú.
—¿Y con Marisa?
Había guardado mi mejor vestido para usarlo la noche
del estreno de la obra. Estaba de tan buen humor, que
incluso compré unos pollos rostizados para Paco y los
muchachos, que habían estado ensayando todo el día. Así,
María no tendría que cocinar y podríamos arreglarnos
juntas para salir. A Rafael no lo había visto desde temprano.
Dijo que nos encontraríamos en el teatro. Dejaría un
boleto a mi nombre. Yo pensé que sólo iríamos sus papás,
Marisa y yo, pero a la hora de la hora Paco, sus amigos y
su novia, la que nunca hablaba, también se apuntaron, y
Marisa llegó con el gorilón de la marcha, que se llamaba
Jesús y era de Sinaloa. Si fue cierto eso de que le pegaron,
yo creo que fue él, porque así son los norteños -dicenpero no le pregunté nada porque se veía muy contenta.
Como éramos tantos, no alcanzaron las cortesías. “Es que
ya sabes, la directora es judía”, se disculpó luego Rafael.
A mí me dio gusto que los únicos que no pudieron entrar
fueron el Goodyear y Mónica, su novia, porque ella nunca
me devolvió mi suéter rojo.
Jueves
12:55 am
—Vente a bailar, Yaqui. Ahora sí hay que disfrutar la
música.
—No, gracias, Juan Carlos.
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