—Yo no digo Marisa, digo Laura, estúpido.
—No, no, no.
—Pero te gusta.
—No.
—¿Cuántas veces lo hiciste?
—Yo mejor me voy. Nos vemos en el ensayo.
—No te vayas y dime qué oíste ayer.
—¿Cuántas veces?
Esa misma tarde lo hicimos cuatro seguidas. Pusimos
la mesa del comedor atravesada en la puerta, para que
nadie pudiera entrar, y Rafael me dejó poner al Che de
cara a la pared. Le dije que era porque no quería que me
viera llorando, pero la verdad era que ya no soportaba que
siempre hubiera un par de ojos, aunque fueran de papel,
viendo cómo Rafael y yo nos deshacíamos en sudor sobre
el sofá destartalado. Después, no fui a dar mis clases de
alfabetización. Preferí acompañar a Rafael a su ensayo.
Cuando salimos del departamento, Paco y su banda estaban
sentados en las escaleras, esperando a que abriéramos la
puerta y los dejáramos pasar. Iban a tocar en una fiesta, y a
partir de esa tarde necesitaban ensayar a diario.
Jueves
5:05 am
—Rafa.
—Mhh.
—Despierta.
—¿Qué?
17