—Ten, mijo. Dale a tu mamá para el gasto.
—Mijo, díle a tu papá que no necesito que me dé
dinero. Esta quincena me fue muy bien.
—Que le des esto a tu mamá para el gasto, te digo.
—En la escuela me arreglo. No te apures, Paco. Y ya
házles caso a tus papás.
—Despídete de mí, mi amor. Besito, besito.
—Rafa, ¿no has visto mi suéter rojo?
—No. Pregúntale a Marisa.
—Marisa, ¿no has visto mi suéter rojo?
—Se lo llevó Mónica.
—¿Quién?
—La nueva novia del Gúdyiar, acuérdate.Vinieron ayer.
—¿Y por qué se lo llevó?
—Tenía frío, y era el único que encontramos.
—Era el único que estaba limpio.
—No te enojes, cuñada. Ten, ahí está el mío.
—A ése se le cayó encima el café ayer.
—Ni se nota. Andale, ten.
—¡Paco! Necesito entrar al baño. Pícale, mijo. Y tú,
Rafael, levántate.
—¿No quieres desayunar antes de irte,Yaqui?
—No, gracias, María. No tengo hambre.
—Besito, besito, antes de que te vayas.
—Adiós, Rafa. Al rato regreso.
—Que te levantes para alzar la sala, caramba.
Llegó un momento en que era tanta la gente que entraba
y salía del departamento, que yo apenas conocía sus rostros,
y de sus nombres francamente ni me acordaba. Entre los
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