a mis padres y mudarme con él. Dejé mi auto, la tarjeta
de crédito y hasta la de acceso a los cajeros automáticos,
porque quería cambiar mi vida por completo y convertirme
en una persona más consciente. Conseguí trabajo como
maestra de inglés en una primaria cercana, y por la tarde
alfabetizaba algunos adultos de la colonia, lo cual me hacía
sentir muy satisfecha, ahora no sé si por mera pose o en
serio. Rafael era actor, y cuando no estaba desempleado,
ganaba un sueldo casi tan miserable como el mío, pero por
más horas de trabajo. María y Joel, sus padres, eran biólogos
y se dedicaban a realizar, cada uno por su lado, trabajos
de investigación que nunca acababan de financiarles y
pagaban ellos mismos. Marisa, su hermana, quería terminar
su posgrado, así que únicamente se separaba de los libros
cuando su novio venía a visitarla los sábados y se quedaba
a dormir. Paco era el más chico, y su novia también pasaba
en casa los fines de semana. Ellos todavía no terminaban
la prepa. Lo que más les gustaba era tocar con Espíritus
oscuros, el grupo de rock que hicieron con sus amigos y
que nos torturaba con ensayos larguísimos cada domingo.
El edificio tenía pocos departamentos. Nosotros
ocupábamos el último piso. Por supuesto, no había elevador.
La habitación que daba hacia la calle era de María. Ella y
Joel hacía tiempo que no dormían juntos -de hecho, no
se dirigían la palabra más que cuando era indispensablepero no querían separarse. Eso hacía la situación de todos
muy difícil. Para comenzar, debíamos compartir la única
habitación restante, que era la más angosta. Yo ya lo sabía,
pero no me importó: Rafael y yo pudimos adueñarnos del
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