De tránsito 1. Apr. 2014 | Page 9

Propiedad privada “Hasta la victoria siempre”, decía el póster enorme y amarillento que coronaba el sofá de la sala. No sé por qué, desde que me vi frente al Che Guevara, no me di cuenta de que aquella relación estaba predestinada a fracasar. Su mamá tenía una pared entera dedicada a artesanías, banderines y fotografías de Cuba y, al principio, me miraba de manera extraña. Tal vez porque la revolución cubana me había tenido siempre sin cuidado; además, era la novia más güera que había tenido su hijo, y también la única con coche último modelo hasta para el día de no circular. No me duró mucho el gusto. Primero, me sentí mal de llamarme Jaqueline, aunque en realidad es un nombre común. Más tarde, me daba culpa que el refrigerador de mi casa estuviera siempre lleno, “habiendo tanta gente hambrienta en el mundo.” El colmo era no haber participado jamás en una marcha, y temer subirme al pesero y al metro. Así que, apenas dos meses después de frecuentar la casa de Rafael, decidí enfrentarme 9