Pasado tiempo , nos fuimos aproximando a la entrada del complejo monástico . El perro que vigila habitualmente el atrio no estaba por allí . La luz de una linterna nos sirvió para orientarnos en el camino que conduce al refectorio .
Cierto frescor se percibía en el ambiente . Los ruidos que se oían eran los propios de la noche y el campo . Nos tumbamos sobre las yacijas , arropados por la liviandad de las mantas de macho y la ropa de abrigo que , previsoramente , habíamos llevado con nosotros , pues no hacía excesivo calor en aquellos días de julio .
Tal como estaba previsto en el cuaderno de viaje , antes de conciliar el sueño entonamos , con voz medrosa y comedida , un versículo completo del Miserere . Los ecos del salmo llenaron el refectorio , peregrinaron hasta la sala capitular , recorrieron los claustros , exploraron la iglesia y llegaron a las tumbas de los condes de Castilla que reposan en la cercana colegiata de Covarrubias . También despertaron de su sueño al león románico que fue arrancado de una de las paredes del scriptorium y se exhibe en el Museo The Cloisters ( Nueva York ).
Además , otros ecos adormecidos durante los últimos decenios interrumpieron su letargo . Un gran coro de voces ― una treintena , medio centenar quizás ― bien conjuntadas retumbó de pronto en la penumbra de los sótanos . Sonaba la melodía del canto gregoriano mientras se sucedían de forma cadenciosa los versículos .
Amplius lava me ab iniquitate mea
Más que notas musicales , los sonidos que emitían las gargantas de los monjes parecían lamentos salidos de las entrañas de la tierra . Nos quedamos donde estábamos , tumbados sobre los camastros , inmóviles y sin salir de nuestro pasmo . Cuando se apagó el eco de la última sílaba , sobrevino el silencio . Luego fueron los grillos , y más tarde las ranas , quienes prosiguieron el concierto .
5 Noche en Cortiguera
Ya en Cortiguera , después de alumbrar la espesura con el auxilio de unos faros , sonaron otra vez ladridos en la medianoche . Tembló la luz bajo el estrépito hasta que una voz habitada puso fin a la violencia de los perros . Luego , una vez apaciguada la ruidosa zalagarda , bajo el sacerdocio de la luna pudimos transitar por los caminos de la desolación y la fronda hasta acceder al caserón eclesial .
Nuevo recorrido a la búsqueda de la arquitectura . Otra vez divisamos muros de piedra , sillares todavía en pie , techumbres que habían resistido los últimos inviernos . Contigua a la nuestra , descubrimos la casa que había sido propiedad del mesonero . Exhibía un blasón en la fachada .
Algo más allá , junto al silabeo imperceptible de la fuente , sobresalía el conjunto palaciego como si estuviera iluminado por un mágico fulgor en medio de la niebla . Aunque borroso , se veía el resplandor de las armas heráldicas y también un destello de plata en la escalera adormecida . Aún no se mostraba la luna en plenitud , pero todos los allí presentes estábamos sobrecogidos ante la fantasmagoría .
De nuevo en la casona eclesiástica y a la luz de una linterna quebradiza y un artilugio mecánico , con lo poco que habíamos podido encontrar en los sótanos fuimos preparando los camastros , en todo momento acompañados de comentarios jocosos y alusiones a una comodidad insospechada . Olía a hediondez . Pe ro la altura estética de la experiencia justificaba la precariedad .
Dispuesto ya el aposento , muy pronto comenzó el concierto . Ya fuera por la incomodidad del lecho o porque había cuatro respiraciones encerradas en un habitácu lo de mediano tamaño , el caso es que allí no era posible dormir . Un preludio en sí bemol , sostenido y adornado con profusión de voces y co ros , vino a distraer la tensión de la espera . Mientras unos
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