De pronto aparece una figura detrás de los cristales . Tiene la mirada cansada de vivir y aún así descorre los visillos , se asoma a la ventana y , con ojos resignados , contempla la misma luz de siempre , el mismo paisaje de siempre , el mismo tiempo envejecido de siempre , los mismos engranajes de siempre . Esos engranajes que mueven la vida y el tiempo , aunque ahora estén detenidos por la herrumbre .
4 Noche en el monasterio de San Pedro de Arlanza
Llegamos al monasterio de San Pedro de Arlanza poco antes del crepúsculo . El señor cancerbero nos había preparado unas mantas de macho harto livianas , así como varias colchonetas de parecida ligereza de cuerpo . Por aquello de los placeres concomitantes , tras las oportunas deliberaciones elegimos el refectorio de los monjes como el lugar más apropiado para dormir . Unas puertas de madera fueron colocadas sobre el suelo para que hicieran las veces de somier . Había en el recinto una escalera de piedra que subía hasta el púlpito donde , siglos atrás , uno de los hermanos leía durante el refrigerio libros de provecho espiritual y biografías de santos . También podían verse varias cubas de madera , algunas de bastante capacidad , que sin duda se utilizaban cuando en la zona se elaboraba vino . Grandes ventanas dejaban ver la luz ya moribunda . Preparadas las yacijas , nos aprestamos a bajar a Covarrubias para cenar .
En aquella noche de viernes , Covarrubias parecía un pueblo abandonado . Apenas una sombra en las calles , una puerta entreabierta , una luz encendida . En medio de tanta soledad ,
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