Pero tampoco descartó que fuera un catedrático , un licenciado o un extranjero , que explicara su extraño lenguaje que sonaba a gabacho . Lo esperanzaba fuese esto último .
El extraño , ajeno a las curiosidades del ventero , parecía sólo afanado en demostrar un apetito imbatible . Agotada que fuera la tercera ración de aquel cocido le extendió a Gabriel Bonifaz su escudilla vacía con un gesto elocuente solicitando una cuarta , mientras subía y bajaba sus pobladas cejas . Cuando éste se apresuró a complacerlo y ahora con un plato más desbordante que los anteriores , recibió un inesperado :
― Gracias señor , por hacerme merced de tanta hospitalidad y noble trato .
Gabriel Bonifaz , sorprendido , optó por responder sólo con su sonrisa de necio , pero sintió que su intranquilidad crecía .
Recordó con angustia lo acaecido meses atrás a un desgraciado vecino , vendedor de pieles de zorro , a quien un desconocido con la excusa de comprarle algunas piezas , se había introducido en su vivienda y valido de una enorme cuchilla había usado durante tres días de su casa , de su despensa y de su mujer .
Se consoló el posadero , por saberse soltero y dueño sólo de un gato barcino .
El temor le dictó que debería estar alerta y vigilar cada movimiento del émulo de Heliogábalo , quien pareció por fin ir saciando sus tripas al lentificar el ritmo de sus bocados .
Rompió el huésped el silencio nuevamente , asustándolo con su voz profunda : ―¿ Sois afecto a cruzar los filos ? Gabriel Bonifaz luego de dudar eligió un : ― No , caballero .
Pero bien podría también haber contestado que sí , pues ignoraba en absoluto lo que se le había preguntado .
― Me permitiré entonces aconsejaros que lo hagáis y con la mayor frecuencia que posible os resulte ― casi ordenó el comensal que prosiguió justificando : ― Los hombres de armas retemplar debemos en la liza el espíritu y el músculo y acuñar triunfos que renombre nos brinden para terror de nuestros enemigos ― sentenció ―. Y aunque bien presiento que vuestra merced afamada ostenta su bravura , no hay que permitir que las hojas de las armas enmohezcan .
Gabriel Bonifaz alarmado por el tono de ese discurso que le sonaba belicoso , optó por soltar esta vez :
― Pues que de ese modo lo haré a partir de hoy , si ello os complace , vuecencia .
Satisfecho con la respuesta , el hombre apuró lo que pareció ser un último bocado de la Olla Podrida , estiró sus largas piernas , soltó un sonoro eructo y volvió a la carga sobre el desencajado ventero :
― Perdonad el atrevimiento con el que os inquiero , pero desearía que me confiarais vuestro nombre .
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