La olla podrida
Gabriel Bonifaz conservaba desde el día anterior la emoción de haber visto pasar , aunque más no fuera a lo lejos , el colorido cortejo del emperador Carlos rumbo a Cuacos de Yuste . Dos de sus criados lo habían sorprendido con el ruido de sus cabalgaduras , llegando en procura de agua para su señor y su séquito .
Él , luego de satisfacerlos , los había seguido a tranco largo hasta alcanzar a divisar la imperial caravana alejándose .
Mientras recordaba ese episodio singular , al cual nadie del pueblo daría crédito , advirtió en sí cierta curiosidad generada por el hombre que comía solitario en una mesa de su venta .
Nunca había visto persona alguna con tan curiosa indumentaria , y con ese hablar enrevesado que acompañaba de ademanes y visajes .
Tampoco en su vida le habían llamado caballero , puesto que no lo era , y no recordaba haberse topado con alguno que asegurara esa condición . Se preguntó si le habría llegado el momento de conocer el primero , e intrigado le correspondió con el mismo trato .
En un santiamén , el hombre había hecho desaparecer en sus carrillos dos copiosas raciones del guiso que le sirviera , e iba promediando la tercera . Saboreaba cada bocado con fruición , mientras limpiaba con un pañuelo el caldo que se escurría por sus barbas . Resultaba inocultable que el desconocido venía arrastrando un hambre viejo .
Entre cucharada y cucharada , tomaba pequeñas pausas que aprovechaba para sonreír como aprobando el sabor de lo que paladeaba y emitir esporádicos gemidos de placer . Un trago de vino era la señal de que regresaba a ocuparse de su guisado humeante .
Si bien Gabriel Bonifaz aceptaba como un halago que el huésped se estuviera regalando , con la famosa Olla Podrida de “ La Venta de la Corzuela ”, había algo en él que le provocaba temor . De hecho , rehuía encontrarse con su mirada y aparentaba estar atento sólo al orden de sus trastos .
Se le ocurrió que podría tratarse de un indeseado recaudador de impuestos , o de un capitán de caballos desprendido de la comitiva imperial , dado el inquietante acero que había descolgado del cinto y puesto a reposar sobre el banco vecino . O quizás de un recaudador precavido y por ello armado para defenderse de los asaltantes de caminos .
Página 111