—Rrriiiiiingggg, rrriiiiiingggg —comenzó a
sonar el teléfono móvil del paradetective 11 Ra-
monA.
—¿Sí? —contestó él escuetamente, como
buen detective que se precie.
—No, no soy la detective Ramona, sino el
detective RamonA —oí que le espetaba a quien
fuese que estuviera al otro lado del aparato.
La otra persona debía de estar consultán-
dole algo, porque mi amigo escuchaba con
cierta circunspección.
—Bueno, lo de mi nombre profesional es
una larga historia. ¿En qué puedo ayudarle? —
dijo cortante y con cierta cara de avispa resig-
nada.
Durante los siguientes cinco minutos ob-
servé cómo a mi personaje se le iba transfor-
mando el semblante, de forma que la cara de
avispa resignada mudó en otra de lombriz sor-
prendida, para terminar mostrando unas inti-
midantes facciones de mono aullador.
—Mire, yo no puedo perder el tiempo in-
tentando averiguar qué es lo que hacen sus ve-
cinos a las tres de la madrugada —le dijo al
interlocutor telefónico con cierto tono autorita-
rio, bastante impropio de mi amigo, a la par
que personaje querido del alma.
Yo ya empecé a poner en marcha el ritual
propio de toda despedida posterior a un en-
cuentro cafetero. Es decir, le hice señas al ca-
marero para que me trajera la cuenta y
comencé a rebuscar en mis bolsillos el billete
adecuado para pagar la consumición de
ambos.
—Y yo qué quiere que le haga, si sus
vecinos se dedican a realizar sesiones de es-
11 A mi personaje le gusta autodenominarse
paradetective o parainvestigador, debido a las
inusitadas técnicas de investigación propias de su
trabajo, tales como las cartas del Tarot, péndulos,
bolas de cristal y, sobre todo, la capacidad de utilizar
su cerebro en modo intuitivo-deductivo. (Ver El
truculento misterio de la isla Dragonera, Circulo
Rojo, 2018).
piritismo a las tres de la madrugada. A lo
mejor esos ruidos extraños que escucha no
son voces del más allá, sino más bien el re-
sultado de apareamientos nocturnos —conti-
nuó el paradetective RamonA, adoptando ya
su cara favorita de sapo, especial para casos
de clientes inoportunos como era el caso.
—Bueno, pues aunque tengan ochenta
años puede que disfruten de una sexualidad
longeva e insaciable. Ha habido casos espec-
taculares en la historia de la humanidad.
Mire, ahora no puedo atenderle porque tengo
un compromiso importantísimo al que aten-
der en las próximas horas. Vuelva usted a lla-
marme de aquí a dos meses si continúa
escuchando esas extrañas sonoridades a tan
intempestivas horas nocturnas.
Y RamonA cortó la comunicación, no sin
echarme en cara que, por mi culpa, tuviera
que estar dando siempre explicaciones a sus
clientes acerca de por qué el detective Ra-
monA es un hombre y no una mujer.
Sin embargo…
—Ya te lo he dicho mil veces…salió así
cuando lo estaba escribiendo y me pareció
buena idea —le dije, mientras nos colocába-
mos nuestros respectivos abrigos.
mí
en
no
de
—Pues sería buena idea para ti, pero a
me la liaste parda. Sólo espero que ahora
la visita al Museo de Arte Contemporáneo
me tengas preparada ninguna sorpresita
las tuyas.
Le contesté que estuviera tranquilo y,
por supuesto, no le dije nada acerca de la ex-
posición itinerante que se iba a encontrar
sobre la sexualidad y pornografía en el arte
contemporáneo.
—Por cierto… ¿cómo acaba el libro este
del que hemos hablado? —le pregunté para
no tener así que leerlo yo.
—Todavía no lo he terminado, pero el
protagonista se introduce en una secta de
neocristianos denominada Cristianismo Re-
belado (con b y no con v). Se trata de un
grupo de gente que se está rebelando contra
la obligación de ser felices. Dicen que Jesu-
cristo vino al mundo para sufrir y que ellos