culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 64

—Rrriiiiiingggg, rrriiiiiingggg —comenzó a sonar el teléfono móvil del paradetective 11 Ra- monA. —¿Sí? —contestó él escuetamente, como buen detective que se precie. —No, no soy la detective Ramona, sino el detective RamonA —oí que le espetaba a quien fuese que estuviera al otro lado del aparato. La otra persona debía de estar consultán- dole algo, porque mi amigo escuchaba con cierta circunspección. —Bueno, lo de mi nombre profesional es una larga historia. ¿En qué puedo ayudarle? — dijo cortante y con cierta cara de avispa resig- nada. Durante los siguientes cinco minutos ob- servé cómo a mi personaje se le iba transfor- mando el semblante, de forma que la cara de avispa resignada mudó en otra de lombriz sor- prendida, para terminar mostrando unas inti- midantes facciones de mono aullador. —Mire, yo no puedo perder el tiempo in- tentando averiguar qué es lo que hacen sus ve- cinos a las tres de la madrugada —le dijo al interlocutor telefónico con cierto tono autorita- rio, bastante impropio de mi amigo, a la par que personaje querido del alma. Yo ya empecé a poner en marcha el ritual propio de toda despedida posterior a un en- cuentro cafetero. Es decir, le hice señas al ca- marero para que me trajera la cuenta y comencé a rebuscar en mis bolsillos el billete adecuado para pagar la consumición de ambos. —Y yo qué quiere que le haga, si sus vecinos se dedican a realizar sesiones de es- 11 A mi personaje le gusta autodenominarse paradetective o parainvestigador, debido a las inusitadas técnicas de investigación propias de su trabajo, tales como las cartas del Tarot, péndulos, bolas de cristal y, sobre todo, la capacidad de utilizar su cerebro en modo intuitivo-deductivo. (Ver El truculento misterio de la isla Dragonera, Circulo Rojo, 2018). piritismo a las tres de la madrugada. A lo mejor esos ruidos extraños que escucha no son voces del más allá, sino más bien el re- sultado de apareamientos nocturnos —conti- nuó el paradetective RamonA, adoptando ya su cara favorita de sapo, especial para casos de clientes inoportunos como era el caso. —Bueno, pues aunque tengan ochenta años puede que disfruten de una sexualidad longeva e insaciable. Ha habido casos espec- taculares en la historia de la humanidad. Mire, ahora no puedo atenderle porque tengo un compromiso importantísimo al que aten- der en las próximas horas. Vuelva usted a lla- marme de aquí a dos meses si continúa escuchando esas extrañas sonoridades a tan intempestivas horas nocturnas. Y RamonA cortó la comunicación, no sin echarme en cara que, por mi culpa, tuviera que estar dando siempre explicaciones a sus clientes acerca de por qué el detective Ra- monA es un hombre y no una mujer. Sin embargo… —Ya te lo he dicho mil veces…salió así cuando lo estaba escribiendo y me pareció buena idea —le dije, mientras nos colocába- mos nuestros respectivos abrigos. mí en no de —Pues sería buena idea para ti, pero a me la liaste parda. Sólo espero que ahora la visita al Museo de Arte Contemporáneo me tengas preparada ninguna sorpresita las tuyas. Le contesté que estuviera tranquilo y, por supuesto, no le dije nada acerca de la ex- posición itinerante que se iba a encontrar sobre la sexualidad y pornografía en el arte contemporáneo. —Por cierto… ¿cómo acaba el libro este del que hemos hablado? —le pregunté para no tener así que leerlo yo. —Todavía no lo he terminado, pero el protagonista se introduce en una secta de neocristianos denominada Cristianismo Re- belado (con b y no con v). Se trata de un grupo de gente que se está rebelando contra la obligación de ser felices. Dicen que Jesu- cristo vino al mundo para sufrir y que ellos