Así terminó nuestro encuentro y así lo
cuento yo para el número 14 de Culdbura,
esperando pueda interesar a alguien este po-
sible mundo distópico que nos espera. Aun-
que mi amigo, antes de irse, dijo algo que
me hizo pensar.
—Pues vaya mundo distópico que nos
plantea el tal Pirismann —le comenté a mi
paradetective favorito justo antes de salir por
la puerta del bar.
—Las distopías son relativas y en reali-
dad siempre vivimos dentro de una —me res-
pondió de forma sorprendente para mí—. De
hecho, lo que para nosotros ahora parece un
mundo tópico (que no utópico), es decir, con
sus cosas buenas y malas pero con la convic-
ción de que hemos mejorado en el desarrollo
de nuestra sociedad, en realidad, para un
personaje sacado de la edad media (es decir,
no hace tanto tiempo), nuestra vida actual
sería una auténtica mierda y toda una disto-
pía (o cacotopía como les gusta decir a
otros). Horas trabajando sentados delante de
una mesa mirando una caja con imágenes,
una vida sin recompensa ni castigo después
de la muerte, una vida sin un Dios que te
proteja, una sociedad sin guerreros y sin
honor que defender, una igualdad entre hom-
bres y mujeres que, incluso para ellas (para
las mujeres medievales), parecería del todo
aberrante. Muchos más años de vida, sí, pero
sin vivirlos guerreando, cultivando con tus
manos, rezando a un Dios misericordioso con
los suyos y opresor con los herejes. ¿Qué
sentido tendría nuestra vida para aquella
gente? Y no digamos si les dieras a probar
una comida envasada de nuestro tiempo…la
escupirían y te la tirarían a la cara. Para ellos
nuestra vida no sería más que un montón de
años tirados a la basura. Pero para los huma-
nos que existan dentro de un milenio, tam-
bién seremos una panda de seres distópicos,
muriéndonos con sólo ochenta años, su-
friendo enfermedades continuamente y en-
vejeciendo hasta que el cuerpo no aguante
ni un paso más. Para los de ese futuro, qui-
zás hasta les parezcamos bestias salvajes
por aparearnos como los animales y por co-
mernos a otros seres vivos como simples de-
predadores salidos del bosque. En realidad
sólo con las guerras, las hambrunas, las ca-
tástrofes naturales y todas esas barbarida-
des, el presente se hace distópico para una
población. Pero pasadas las atrocidades, la
gente retoma su creencia en estar viviendo
en el mejor de los mundos posibles, con sus
bondades y maldades, pero viviendo en un
lugar posible donde querer tener descenden-
cia, sin ser conscientes que desde otros mun-
dos, desde otros tiempos, si te observaran (o
si te observan) les producirías lástima por ver
cómo llevas tu triste existencia en un lugar
imposible para ellos, es decir, antiutópico,
distópico, cacotópico, o como quieras lla-
marlo.
quieren también padecer penas y dolencias
para poder realizarse como seres humanos.
De hecho, muchos se auto-crucifican con el
fin de experimentar el suplicio del Señor. Y el
Gobierno Eudaimónico se vuelve loco para
descrucificarlos. Por supuesto que a todo al
que pillan crucificándose lo envía a hacer tu-
rismo forzoso a Marte o a Pompeya.
—Bueno, estamos en contacto —me
dijo mi personaje, dejándome con un palmo
de narices y dirigiéndose al encuentro con las
monjas mercedarias de la caridad para mos-
trarles el Museo de Arte Contemporáneo y la
exposición itinerante que, finalmente, titularé
“Sexualidad y erotismo en el arte de los si-
glos XX y XXI”.
Fco. Javier Pérez de Arévalo