culdbura nº 14 Culdbura nº 14 | Page 65

Así terminó nuestro encuentro y así lo cuento yo para el número 14 de Culdbura, esperando pueda interesar a alguien este po- sible mundo distópico que nos espera. Aun- que mi amigo, antes de irse, dijo algo que me hizo pensar. —Pues vaya mundo distópico que nos plantea el tal Pirismann —le comenté a mi paradetective favorito justo antes de salir por la puerta del bar. —Las distopías son relativas y en reali- dad siempre vivimos dentro de una —me res- pondió de forma sorprendente para mí—. De hecho, lo que para nosotros ahora parece un mundo tópico (que no utópico), es decir, con sus cosas buenas y malas pero con la convic- ción de que hemos mejorado en el desarrollo de nuestra sociedad, en realidad, para un personaje sacado de la edad media (es decir, no hace tanto tiempo), nuestra vida actual sería una auténtica mierda y toda una disto- pía (o cacotopía como les gusta decir a otros). Horas trabajando sentados delante de una mesa mirando una caja con imágenes, una vida sin recompensa ni castigo después de la muerte, una vida sin un Dios que te proteja, una sociedad sin guerreros y sin honor que defender, una igualdad entre hom- bres y mujeres que, incluso para ellas (para las mujeres medievales), parecería del todo aberrante. Muchos más años de vida, sí, pero sin vivirlos guerreando, cultivando con tus manos, rezando a un Dios misericordioso con los suyos y opresor con los herejes. ¿Qué sentido tendría nuestra vida para aquella gente? Y no digamos si les dieras a probar una comida envasada de nuestro tiempo…la escupirían y te la tirarían a la cara. Para ellos nuestra vida no sería más que un montón de años tirados a la basura. Pero para los huma- nos que existan dentro de un milenio, tam- bién seremos una panda de seres distópicos, muriéndonos con sólo ochenta años, su- friendo enfermedades continuamente y en- vejeciendo hasta que el cuerpo no aguante ni un paso más. Para los de ese futuro, qui- zás hasta les parezcamos bestias salvajes por aparearnos como los animales y por co- mernos a otros seres vivos como simples de- predadores salidos del bosque. En realidad sólo con las guerras, las hambrunas, las ca- tástrofes naturales y todas esas barbarida- des, el presente se hace distópico para una población. Pero pasadas las atrocidades, la gente retoma su creencia en estar viviendo en el mejor de los mundos posibles, con sus bondades y maldades, pero viviendo en un lugar posible donde querer tener descenden- cia, sin ser conscientes que desde otros mun- dos, desde otros tiempos, si te observaran (o si te observan) les producirías lástima por ver cómo llevas tu triste existencia en un lugar imposible para ellos, es decir, antiutópico, distópico, cacotópico, o como quieras lla- marlo. quieren también padecer penas y dolencias para poder realizarse como seres humanos. De hecho, muchos se auto-crucifican con el fin de experimentar el suplicio del Señor. Y el Gobierno Eudaimónico se vuelve loco para descrucificarlos. Por supuesto que a todo al que pillan crucificándose lo envía a hacer tu- rismo forzoso a Marte o a Pompeya. —Bueno, estamos en contacto —me dijo mi personaje, dejándome con un palmo de narices y dirigiéndose al encuentro con las monjas mercedarias de la caridad para mos- trarles el Museo de Arte Contemporáneo y la exposición itinerante que, finalmente, titularé “Sexualidad y erotismo en el arte de los si- glos XX y XXI”. Fco. Javier Pérez de Arévalo