rante la francesada de 1808 las tumbas son profanadas; el general Thiébault recu-
pera los restos y los deposita en un mausoleo construido en el Espolón, desde donde
son devueltos a Cardeña en 1826 y nuevamente extraídos en 1842, tras la desa-
mortización del monasterio. Depositados entonces en el ayuntamiento de Burgos,
allí permanecerán hasta que en 1921 son depositados en la catedral de Burgos.
Bajo el hermoso cimborrio de Francisco Vallejo y Francisco de Colonia duermen
el sueño eterno Rodrigo y Jimena Díaz. La lápida sepulcral alude a ella únicamente
como esposa del héroe. Los hombres que escriben las historias olvidaron añadir que
esta mujer de estirpe real fue mediadora entre el rey y el Campeador, señora de Va-
lencia y que, como tantas mujeres de esta y otras épocas, supo tejer alianzas, edu-
car y formar a sus hijos y gobernar cuando fue preciso.
Si hablamos de lugares comunes, uno definitivo es que lo que no se nombra no
existe. En el primer milenio hubo mujeres viajeras, artistas, políticas hábiles, gue-
rreras y gobernadoras pero, como ya advirtió Eduardo Galeano, la historia está es-
crita por los blancos y los ricos, los militares y los machos. Y ellos gustan de hablar
solo de sus cosas. Es hora, pues, de que las mujeres hablen ya y nombren a tantas
mujeres que existieron y existen.
Mery Varona