donde fue crucificado Jesús. Andando, andando, siguiendo la Vía Domitia, se presentó en
Constantinopla y desde allí, por la vía militar que pasa por Capadocia y Antioquía, en el 381
llega a Jerusalén. Se toma su tiempo para conocer la Tierra Santa, visita el Sinaí, cruza el
Jordán, y vuelve a Jerusalén para celebrar la Pascua del año 384, momento en el que decide
emprender el viaje de vuelta. Recorre Mesopotamia, se para en Edesa y en el camino se en-
cuentra con su amiga, la diaconisa Marthana, lo que demuestra que ya en el siglo IV el mundo
era un pañuelo donde podían encontrarse dos mujeres viajeras.
Si conocemos las andanzas de Egeria es porque, como todo viajero que se precie, ella
se encargó de ir contándolo a sus amigas. Como una bloguera moderna, describe los lugares,
habla de las costumbres de los pueblos que va conociendo, de sus leyendas, todo en un len-
guaje vivo y ameno, en el latín vulgar de su tiempo. El relato apareció en 1884 en un perga-
mino de una biblioteca de Arezzo. Por él sabemos que en su viaje fue recibida por los obispos
y los clérigos de las ciudades por las que pasa, que dispuso de escolta militar cuando transita
por lugares peligrosos, que es una mujer madura, que viaja a pie, a caballo, en camello o en
barco, que duerme al raso y que soporta el frío de las montañas o el calor del desierto. Sa-
bemos también que es culta, que viaja con sus libros, algunos en lengua griega, y que, a
falta de postales, envía dibujos de los edificios singulares que va conociendo. Todo ello nos
descubre a una mujer curiosa, reflexiva e irónica, de espíritu crítico. Una mujer libre, autó-
noma, independiente y moderna.
Otra construcción aceptada como verdad incuestionable es que el poder es masculino.
Ya lo era en el primer milenio por donde transitamos. No obstante, no es raro que surjan
mujeres capaces de gestionar ese poder macho, de manera vicaria cuando no queda otro re-
medio. Toda Aznar o Aznárez, más conocida como Toda de Navarra (876-970), es lo que hoy
llamaríamos un animal político. Inteligente y enérgica, intervino en los principales aconteci-
mientos de su época con una visión muy adelantada a su tiempo. Casada con Sancho Garcés
I, con su prole ―siete hijos― tejió una red de alianzas matrimoniales que aumentaron la in-
fluencia de su pequeño reino. Al enviudar, ejerció la regencia en nombre de su hijo García
Sánchez y siguió gobernando cuando el mozo cumplió la mayoría de edad. También intervino
en el reino de León en defensa de los derechos de su nieto Sancho I. Cuando este fue des-
tronado porque su obesidad ―cuentan las crónicas que pesaba doscientos kilos― le impedía
cabalgar, lo que equivalía a no poder guerrear, Toda atravesó la península, de Navarra a Cór-
doba, con Sancho, no en vano apodado el Craso o Gordo, para que lo curara el médico de la
corte de Abderramán III, con quien también estaba emparentada. Hasday Ibn Saprut, el mé-
dico, sometió al nieto a una dieta draconiana que le permitió recuperar el trono leonés.
Tan masculina como el poder es la cultura, refugiada en estos siglos en el silencio de
los claustros monacales. Los scriptorium eran su reino, de donde salía todo lo que pudiera
escribirse. Los monjes son a un tiempo escribas e historiadores, literatos y periodistas, twitter,
facebook e instagram en una sola aplicación, pues no se limitaban a copiar los libros sagrados
o a narrar lo que sucedía en derredor del convento, también iluminaban los textos, añadían
dibujos, personajes, escenas. Los scriptorium acabaron siendo un negocio como pueda serlo
hoy cualquier editorial. ¿Solo de monjes? No, al menos desde el siglo VIII hay monjas dedi-
cadas a copiar e iluminar documentos. El trabajo de ellas y ellos es anónimo casi siempre,
excepto cuando el resultado es extraordinario.
Acerquémonos al scriptorium del monasterio dúplice de Tábara en el siglo X ―habitado
por seiscientos monjes de ambos sexos― y encontraremos a Magius, un artista innovador, el
Picasso de su tiempo, y junto a él, a Emeterio y En, mujer no se sabe si monja o seglar, quizá
una noble leonesa, como apunta John Williams, experto en códices medievales. Williams se-
ñala que es en este tiempo cuando se consolida en León el infantado, formado por mujeres
nobles, cultas y ricas, que no querían casarse ni profesar en religión, que conservaban sus
bienes y los administraban según su conveniencia, mecenas de artistas o artistas ellas mis-
mas. En fue sin duda persona principal y de gran valía desde el momento en que se le enco-
mienda iluminar uno de los códices manuscritos del Apocalipsis de San Juan, conocidos como
beatos porque fue Beato de Liébana quien realizó el primero.