Dónde se esconden las mujeres
Es un lugar común que desde que los señores de Atapuerca decidieron asentarse en
lugar fijo, elegir su propia caverna y dedicarse a un oficio como han mandado los dioses de
toda la vida, las tareas quedaron distribuidas de tal manera que ellos, los chicos, saldrían a
buscar el sustento familiar mientras ellas, las chicas, se quedarían a cuidar de la prole y a
tener arreglada la caverna. Esto es, mientras ellos creaban, ellas procreaban. Con el tiempo,
continúa el relato comúnmente aceptado, los chicos fueron sofisticando sus trabajos hasta
el punto de que algunos llegaban a esa tarea abstrusa de gestionar empresas del Ibex35 en
tanto que las chicas arañaban espacios de poder a la pata coja, lastradas por una mochila
con pañales y biberón.
Como en todos los tópicos algo hay de verdad en la historia. Y algo de falsedad. La
verdad es que desde el invento de la palabra y la escritura la historia la han contado y escrito
ellos. Y desde ese preciso instante se han dedicado a hablar de sus cosas, a contar sus ha-
zañas, a medirse con sus colegas o con sus adversarios, a narrar sus prodigios o sus mise-
rias. Las suyas, de ellos. La falsedad es que en todo tiempo y lugar las mujeres han tratado
de hacer lo mismo que sus compañeros. Con desigual fortuna.
¿Qué hacían ellas? Lo que podían. Y siempre contra corriente. Por ceñirnos a la piel de
toro que habitamos, las mujeres han tratado de hacerse un hueco en la historia a fuerza de
hincar codos y, llegado el caso, de meter esos mismos codos en los riñones del sistema para
hacerse visibles. Unas lo consiguieron y brillaron a la altura de los mejores, otras se quedaron
en el camino y otras más se rindieron a la vista de los obstáculos. Las primeras fueron aga-
sajadas en su tiempo y luego, olvidadas. De ahí esa creencia tan extendida de que las mu-
jeres siempre se han conformado con permanecer al calor del brasero, con la pata quebrada
mientras ellos construían el mundo.
Ha tenido que venir el movimiento feminista para sacar el candil y darse a la búsqueda.
Queda mucho por investigar pero, con lo que ya se sabe podemos concluir que en cada pe-
ríodo histórico han surgido mujeres destacadas, valientes, heroicas, ilustres, letradas, artis-
tas, viajeras, descubridoras, inventoras... A poco que se escarbe, en cada siglo aparecen
individualidades o generaciones enteras de mujeres brillantes, a la altura de sus coetáneos
varones. Son las pioneras. Para no hacer demasiado larga la relación pongamos la lupa en
el primer milenio de nuestra era.
Quienes a finales del siglo IV transitaran por los caminos que iban de Gallaecia hacia
el este quizá se encontraron con una mujer noble acompañada del séquito que corresponde
a su clase. Esta dama, de nombre Egeria, tiene intención de llegar a Jerusalén, donde Elena,
la madre del emperador Constantino asegura haber descubierto los Santos Lugares, el lugar