talmente a libreros, dependientes, azafatas y azafatos, conferenciantes, músicos, actores
y animadores de todo tipo, también algún lector que otro, ¿por qué no celebrar la del
disco, videocedé o la de la pintura? ¿Y por qué no la almoneda o la tómbola, o las dos en
ese mismo ámbito, en fechas lógicamente diferentes? Tales actuaciones dinamizarían la
cultura, o por lo menos causarían la impresión de que la dinamizaban.
Había que echarle imaginación, estaba claro; pero, sobre todo, había muchas acti-
vidades cuyo patrocinio debería reconsiderarse: conferencias de todo tipo, presentaciones
de libros, congresos de escritores, historiadores, lingüistas; salones de anticuarios, del
libro viejo; sesiones de jazz y de jotas, exposición de trabajos manuales, dramatizaciones
varias… Los que quisieran presentar los libros de que eran autores o conferenciar sobre
un tema del que pretendidamente eran especialistas, o tocar un instrumento (en solitario
o formando parte de un grupo u orquesta), exponer su producción artística, actuar en
una obra de teatro, etc., a cambio de la cesión gratuita del local ad hoc, estuvieran obli-
gados a pagar un tanto a los asistentes. Así, por lo menos recibirían una audiencia en
consonancia con el desembolso que estuvieran dispuestos a hacer, consiguiéndose para-
lelamente que la estadística sugiriera cierta dinamización de la cultura.
En todo caso, habría que convertir los conciertos en desconciertos, mucho más di-
vertidos, con esgrima entre músicos y lanzamiento de notas musicales; el Premio de Poe-
sía Ciudad de Burgos, en Castigo. Resultaría mucho más barato y concitaría la presencia
de autores muchísimo más interesantes que los que habían concurrido hasta el momento,
todos ellos coleccionistas de premios; pero, sobre todo, y la ventaja no era pequeña, su-
pondría la ausencia de estos.
Por lo que respecta al festival internacional de folclore, no estaría de sobra que am-
pliara contenidos (sobre todo porque había acabado viniendo monótono) y, en conse-
cuencia, pasara a denominarse de folclore y, verbigracia, filosofía, astronomía, primeros
auxilios o cualquier otra disciplina o práctica que le diera variedad globalizadora, susci-
tando así el interés, al mezclar tres conceptos muy caros a la modernidad, multi- e in-
terculturalismo e interdisciplinariedad, de los mass media de carácter nacional, aunque
el experimento perdiera atractivo para el espectador, especialmente para las amas de
casa.
―Ya sabes que tienes que hacerme llegar cinco propuestas para dinamizar la cultura
de la ciudad ―me recordó a los pocos días esa persona innominada, aprovechando que
me había llamado por teléfono para otro asunto―. A lo mejor las tienes ya ―se apresuró
a vaticinar en tono punto menos que entusiástico.
Como de costumbre, callé, aunque no para otorgar, como creía mi interlocutor.
―Dímelas, anda ―me urgió.
―Espera un poco más ―le dije, y colgué el aparato.
A las veinticuatro horas exactas ―ya he dicho que era supersticioso―, juzgó el in-
teresado que ya me había dejado tiempo suficiente.
―Qué, ¿las tienes ya?
―¡Joder! No sé qué decirte. Las tengo y no las tengo.
Aún estaba indeciso sobre si darle gusto o dejarle con un palmo de narices, pero,
no sé por qué, me pegaba en la nariz que me iba a inclinar por lo primero, más que nada
por hacerle un favor. Veríamos.
―A ver; explícate.
―No las tengo, porque no son originales; en realidad, se limitan a enunciar alguna
variación de actividades que ya se están llevando a cabo.
―Bueno ―dijo―. Suelta por esa boca.
Y me puse a ello.
―Para que la gente se anime a leer ―comencé exponiendo el objetivo que per-
seguía la propuesta que iba a pronunciar a continuación―, se podrían programar jor-
nadas de manipulación de textos, o de detección de erratas, en los libros de las
bibliotecas municipales, o jornadas detectivescas, también en dichos establecimientos,