a la búsqueda de una o varias palabras más bien de poco uso en cualquiera de los vo-
lúmenes exhibidos en los anaqueles, excepción hecha de los diccionarios… ―Mi interlo-
cutor me interrumpió para decirme que tal vez aquello sonara demasiado atrevido, que
procurara ser más concreto y menos incendiario. Y sí, reconocí para mis adentros que tal
vez me había pasado una mica; debía tener en cuenta que estaba tratando con un mili-
tante. Lo tranquilicé diciéndole que no había para tanto y que, en cualquier caso, no tenía
más que recoger las ideas y vestirlas con el luto que, a su juicio, las hiciera más serias y
presentables. Después de lo cual, seguí adelante con mis propuestas de dinamización de
la cultura―: Con el fin de hacer más atractiva la creación de audio y video, podrían orga-
nizarse audiciones de discos comentadas y sesiones de vídeo en las que se pasaran pelí-
culas no comerciales, con diálogo posterior ―Me pareció oír un “bah” de protesta, por lo
que me apuré a admitir que, en efecto, tales actividades no tenían mucho de novedosas,
hacía muchos años que habían dejado de programarse, pero que tuviera en cuenta que,
en este mundo, todo lo pasado de moda, en algún momento volvía a estar de moda. ―
No debió de disgustarle mi argumento, porque no me hizo reproche alguno; así que pro-
seguí―: Por lo que respecta al fomento del teatro y, al mismo tiempo, del gusto por la
cosa pública ―aquí me dio que mi interlocutor arrugaba la nariz (qué tenía que ver dina-
mizar la cultura con el fomento de la participación de los ciudadanos en el gobierno de la
república) y, sin solución de continuidad, procuré explicarme―: Estaría bien que, una vez
al mes, siempre que los meteoros no lo impidieran, se celebrara un pleno del consistorio
al aire libre, con obligatoriedad de asumir con todas sus consecuencias la propuesta del
ciudadano que más apoyos recibiera entre el público asistente y los miembros de la cor-
poración.; ―“¡Para! ¡Para un poco!”, el innominado deseaba que detuviera mi discurso,
alegando que se había perdido apuntando las propuestas; pero servidor se hizo el lon-
gui―. También podrían organizarse concursos de piropos literarios tipo “Eres más guapa
que la Laura de Petrarca” “¿Ana? ¿Ana Ozores” “Contigo sería más feliz que Dante con su
Beatriz” “¿Me guardarás la ausencia como Penélope?” “Ya quisiera, como tú, ser de her-
mosa aquella vaquera de la Finojosa”. No deberían faltar tampoco los concursos de pintura
con obligatoriedad de adquisición de todas y cada una de las obras admitidas, a precio de
tasa, por parte del ente convocante, así como los conciertos vespertinos de verano en los
parques de la ciudad de la banda municipal (también de la OSBU y la JOSBU), con el
acompañamiento sobrevenido de mirlos, currucas mosquiteras, gorriones y algún que otro
ruiseñor.
―Hace tiempo que me he perdido. No sé lo que estás diciendo ―protestó en cuanto
detuve mi discurso―. Me he quedado, creo, en la tercera propuesta.
―¿Y cuál era la tercera propuesta? ―pensé en voz alta.
―Lo del pleno consistorial ―acudió, solícito, a refrescarme la memoria―. ¿Podrías
repetírmela, así como las dos siguientes?
―¿Solo he referido dos más?
―No sé. Yo tengo tres apuntadas. Quedan dos hasta completar las que te he pedido.
No quiero ni una más ni una menos.
―Cinco ―proferí―. Por barlovento te la… ―farfullé para que no me entendiera.
―¿Qué dices?
―Nada ―me escabullí―. ¿Sabes lo que vamos a hacer? ―lo incluí a continuación
para darle coba―. Te voy a enviar las propuestas vía email, ya que, si no, por teléfono,
nos vamos a eternizar.
―¡Sí, sí! ―asintió alborozado.
―Allá voy ―dije―. Hasta pronto.
Él también se despidió, y colgamos.
Me puse manos a la obra.
“Buenas (encabecé como solía):