Propuestas dinamizadoras
Me callé para que creyera que otorgaba. Cierto fulano con carnet de partido (un buen
hombre, pese al partido que había tomado; un tanto pachón y absurdo, eso sí), requerido
por un compañero de militancia y candidato en las próximas elecciones locales a repetir
como concejal de cultura para que le indicase todas las propuestas originales que se le ocu-
rrieran para dinamizar la cultura de la ciudad, me exhortó a su vez con el propósito de que,
en los próximos días, yo le aportara cinco.
Precisamente cinco. Lo achaqué a la idiosincrasia del personaje, pazguato y supersti-
cioso hasta el paroxismo (cada tres pasos cojeaba de una pierna: no hacerlo lo pondría,
según sus demonios, en peligro de cualquier accidente o desgracia, el que primero le viniera
a la cabeza; creía en los parabienes y amenazas de los mensajes en cadena, así que no de-
jaba uno sin hacer las copias y envíos pertinentes; por la calle iba sumando los números de
las matrículas de los coches: trece, al infierno; quince, la niña bonita, que luego no llegaba…);
supersticioso hasta el paroxismo y elemental, como poco. Cinco… Por barlovento te la…
Hice que otorgaba callando, desde el convencimiento de que faltar a mi palabra no iba
a suponerme remordimiento alguno. ¿Qué propuesta original ―es decir, que no la hubiera
ideado nadie antes, o que se le hubiera ocurrido a un hotentote ágrafo, manco y mudo, por
ejemplo, y, por ende, no se conociera por estos pagos― podría discurrir, si no debía de haber
ocurrencia alguna que no estuviese patentada?
En esa tesitura, se me ocurrió que, puesto que se me antojaba tarea imposible realizar
nuevas propuestas y todas las llevadas a efecto hasta la fecha por la autoridad no habían
servido para dinamizar la cultura en la urbe, lo mejor tal vez fuera tratar de deconstruir
todas ellas, las cuales habían sido formuladas sin excepción afirmativamente o en sentido
positivo. Que las exposiciones no habían servido para dinamizar la vida cultural… ¿Por qué?
Porque el Ayuntamiento no había puesto las salas de exposiciones de las que era titular al
servicio de los artistas sino de los contribuyentes diletantes. ¡Fuera exposiciones! Que tam-
poco las ayudas a la creación habían servido para que vieran la luz libros, discos, cortome-
trajes decentes… ¿Por qué? Mutatis mutandis, por la misma razón dada anteriormente;
porque las ayudas siempre se habían repartido atendiendo a la condición de contribuyente
de quien la solicitaba en lugar de por la calidad de la obra que optaba a ellas. ¡Fuera las
ayudas a la creación literaria y artística! Además, además, todos los libros, discos, videoce-
dés, cuadros engendrados con esas ayudas y depositados en las dependencias municipales
correspondientes deberían ser puestos en almoneda o expuestos en una tómbola de “siem-
pre toca”, a céntimo el boleto. Y quién sabe, a lo mejor tales iniciativas, por lo que tenían de
juego, quizá sí contribuyeran a dinamizar la vida cultural ciudadana. Si se montaba una feria
del libro con carácter anual, ¿por qué no una almoneda o una tómbola del libro, del disco de
audio, del videocedé, de la pintura? Si la feria del libro conseguía que el andén superior del
Espolón estuviera concurrido durante la semana larga en que acontecía, gracias fundamen-