Leonor, estuvo muy atenta a todas las novedades que se precipitaron sobre su
hogar. Desde la partida de su padre, el alma se le escapaba del pecho presintiendo un
encuentro a solas con Agustín. Sin embargo debió esperar.
Una indisposición inoportuna la condenó a la cama por más de una semana, du-
rante la cual sus hermanas Beatriz y Antonia llevaron las viandas al taller. La fiebre la
transportaba a ensoñaciones calenturientas, de las que regresaba extenuada, confusa y
culpable. El mundo onírico que visitaba, le permitía disfrutar de fantasías que la vigilia
le vedaba.
Cuando al fin se repuso, recibió exultante la indicación materna para realizar el
mandado. Se esmeró con su atuendo. Su camisa blanca de lino con botones de madera
contrastaba con la larga basquiña negra, y el broche de plata regalo de su padre en la
cintura, realzaba su talle grácil y esbelto. Una redecilla tejida con hilos color ciruela, re-
cogía su pelo dorado y sus ojos celestes, esa mañana resplandecían.
No bien su madre y sus hermanas partieron a las labores de la huerta, Leonor lo
hizo con premura rumbo al taller. Unos metros antes de llegar descubrió a su primo
aguardándole en la puerta. El corazón se le aceleró. Entendió que la ansiedad por el de-
morado encuentro, era compartida. Devolvió la sonrisa que su primo le regalaba, sin re-
huir esta vez su mirada. Había en todos esos gestos una entendida complicidad.
La puerta se cerró tras ellos. Agustín descargó con apuro los platos y la marmita
con el guisado que le alcanzaban. Se volvió y sin titubeos la abrazó decidido contra su
cuerpo. Leonor se sintió allí protegida y confiada. Cuando su primo buscó su boca con la
suya, se la ofreció sin remilgos mientras le devolvía el abrazo. Dejó que sus manos ávidas
recorrieran libres su espalda, sus caderas y sus senos. Le sorprendió su respirar agitado
y cálido y eso le animó a no disimular su propia emoción. La redecilla se enredó en los
dedos del joven, y dejó que el pelo lloviera sobre sus hombros. Sin resistirse sintió como
los botones de su camisa se abrían uno a uno y luego la rosa de plata que prendía su
falda. Se deslizaron entonces sus ropas dejándola de pie, desnuda y atenazando sus ver-
güenzas contra el cuerpo de Agustín. Con dulzura, éste desprendió el abrazo y en se-
gundos se quitó las suyas.
A Leonor le excitó ver su sexo erguido y la poblada mata rojiza de su pubis.
Sobre el jergón, Agustín estrenó sin apuros su feminidad adolescente, mientras
llenaba sus oídos de frases tiernas y su cuerpo virginal de besos prolongados. Leonor se
dejó transportar hasta compartir con él una incontenible explosión de gozo desconocido.
Quedaron luego en silencio y entrelazados por caricias mutuas. Cuando manos y
lengua le invitaron a renovar el placer, aceptó de inmediato ofreciendo su vientre palpi-
tante y sus pechos juveniles y enhiestos.
No supo cuanto tiempo había transcurrido. Descendió de la nube en la que se ha-
llaba y comenzó a vestirse con un apuro que intentaba ser pudoroso. Agustín recostado,
prolongó su placer mirándole cubrirse. Sin ocultar su propia desnudez, se paró y la besó
largo y profundo. Le susurró le prometiera regresar lo antes posible. A Leonor no le costó
hacerlo, pues sabía le pertenecía desde el instante en que le había visto.
Dejó le abotonara la espalda de la camisa. Cuando quiso ayudarle con el prendedor
de plata de su cintura, Leonor lo detuvo. Apartó un instante de duda y se lo entregó ro-
gándole lo conservara. Apretó su boca dolorida de besos sobre la de su amante y regresó
presurosa a la casa.
Por fortuna, llegó con tiempo suficiente para lavarse y acicalarse. Escudriñó con el
espejo en la mano posibles huellas que delataran su secreto y agregó un delantal a su
atuendo para disimular la falta del prendedor. Ya vería luego el momento de mentir su
extravío.
La llegada de las féminas le encontró bordando un mantel, manualidad colectiva
en la que se turnaban las cuatro mujeres y deseaban concluir antes de la Navidad. Con
fingido aplomo y sin levantar la cabeza de su labor, preguntó por las novedades de los
sembradíos y recibió a cambio inesperadas noticias sobre su padre.