Cuentos que me contaron de la Vía Férrea Cuentos que me Contaron de la Vía Férrea | Page 54

la insistente tos nocturna con una embarrada de querosén en el pecho. Para el enrojecimiento e infección de los ojos, Papá se aplicaba dos gotas de limón puro en cada uno; Mamá acondicionaba su negra y hermosa cabellera con la pulpa de aguacates podridos untada por varias horas. Por supuesto, no faltó tampoco el infalible Mentol de caja rojiblanca para picaduras y afecciones respiratoria. La miel de abeja recolectada por Papá se consideraba una reliquia bajo estricto resguardo, y era de vez en cuando que la saboreábamos con el mínimo malestar de garganta; para tales afecciones, también nos aplicaban tocamientos en la garganta con una gaza untada de azul de metileno para combatir su irritación. Si no cedía, acudían al primer antibiótico existente en ese entonces para atacar las infecciones, en cuyo caso Mamá ponía a hervir durante quince minutos la inyectadora de vidrio con su respectiva aguja y nuestra hermana Conía no aplicaba la inyección de penicilina. Mi Viejo, fogueado en labores campestres y profundamente compenetrado con su mundo mágico natural, dependía de las bondades terapéuticas del campo para solventar los quebrantos de salud de 53