Cuentos que me contaron de la Vía Férrea Cuentos que me Contaron de la Vía Férrea | Page 53
hacia la oscuridad del patio. Las oscurantinas
nocturnas siempre limitaron nuestras visitas al patio
después de las ocho; no olvido las erizadas de piel
cuando
el
mínimo
bamboleo
del
matorral
se
transformaba en toda clase de visiones que cobraban
vida en nuestra infantil imaginación.
Cada año nos sometían a las purgas para eliminar
parásitos y lombrices con frascos de vermífugo
colombiano mezclado con frescolita, para enmascarar
su nauseabundo olor; otras veces nos daban sal de
epson o aceite de ricino con jugo de naranja a las seis
de la mañana. La flema en el pecho nos la combatían
con la infundia de gallina que Mamá preparaba con la
manteca de los gallinas gordas recién sacrificadas, y
que conservaba en un frasco de vidrio. El asma me la
aplacaba Papá con tres cucharadas del mejunje
preparado y vertido en un coco seco, después de tres
meses de entierro bajo tierra en las fincas donde
laboraba, y con cataplasmas de vaporub en la espalda
y el pecho durante todo el día y la noche. A mi
hermana Ara le arreglaban su mal carácter con tres
guamazos en las piernas con ramas de verbena
verde.
Las
picadas
de
avispas
y
abejas
las
solventaban con un parche untado de caraña o chimó;
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