Luna Acosta y los cinco enmascarados
Por Paula
Me atrevería a decir que este es uno de los casos más terroríficos que presencié en toda mi vida. Recomiendo a los lectores miedosos que dejen de leer ahora mismo, yo les estoy contando esto porque necesito decírselo a alguien más que a mi familia y amigos ya que, al asustarme con ustedes, queridos lectores, al compartir este miedo, el terror se equilibra, es decir, que nos asustamos lo mismo, y, entonces, ya no estoy tan asustada yo. Pero me fui por las ramas, mejor empiezo por el principio. Mi nombre es Luna Acosta, tengo once años y esta es la historia de los cinco enmascarados que logré desenmascarar.
Hacía calor, todos los chicos nos tirábamos espuma, porque ¿qué chico nunca se tiró espuma en carnaval? Las murgas tocaban tambores y bailaban, todos los papás charlaban y comían, y los demás… también.
Mi hermanita Dina gritaba y corría alrededor de mi hermano Lucas, que la intentaba sacar desesperadamente. Con tal de no quedar mal con sus amigos y las chicas de la secundaria, cualquier cosa. Yo estaba jugando con Sebastián, mi mejor amigo desde jardín, y con los demás chicos y chicas del colegio a la guerra de espuma, chicos contra chicas. Mientras estábamos jugando, mi hermano de prepo me empezó a tirar espuma en el pelo y en la ropa, pero en eso, apareció mi hermanita, y ella también traía un tarro de espuma en la mano. Nos pusimos de acuerdo con un guiño de ojo y nos tiramos encima de mi hermano empapándolo de pies a cabeza, ¡se lo tenía merecido por molestar de esa manera!
En eso estábamos, cuando se escuchó un grito (no sé por qué) siempre tenemos que escuchar gritos para resolver un caso), igualito al que había dado Marta cuando le robaron sus tazas de porcelana china. Solo que esta vez, en vez de ver a Marta, vimos una escena que hasta hoy me asusta como si recién la hubiese presenciado. Unos hombres con unas máscaras iguales salían corriendo de donde estaba desmayada Cecilia, la directora del colegio. Las máscaras de los ladrones tenían una palidez asombrosa, como si nunca hubiesen visto el sol, sin nariz y con una boca pequeña, con unos diminutos labios rosados curvados en un gesto de alegría. Lo único que se veía de la cara de los hombres eran sus ojos, mirándonos y corriendo al mismo tiempo. Cuando Cecilia reaccionó, nos dijo que le habían robado su mejor collar de perlas, que se lo había regalado el primo en su cumpleaños, que lamentaba a viva voz la pérdida de su hermoso y costoso adorno..., en fin un montón de cosas cargadas de angustia y melancolía. Pero lo más horrible, fue cuando Cecilia miró hacia abajo y vio un graffitti que mostraba una de las máscaras de los ladrones. Éste decía: LOS ENMASCARADOS DE YACANTO-que es donde vivo yo- y bajo las palabras estaba pintado el símbolo del infinito (que es como un ocho acostado) y luego de ver eso, Cecilia nuevamente se desmayó.