-Así es, señor, muy extraño- respondió David.
-Sí, ¿qué ocurrió después? Lo escuchamos.- dijo John seriamente.
-De acuerdo, desde esos días hasta ayer estaba preocupada, como tratando de decirme algo, le repetía si necesitaba decirme algo, y ella me insistía en que no. Antes de ayer a la noche, después de comer, mi mujer estaba a punto de estallar, temblaba y era como si estuviera a punto de decirme eso que nunca pudo decirme. Lo único que pudo decir fue: “Vas a odiarme” y se encerró en el cuarto de invitados. No pude abrir la puerta ni conseguir que me hable, sólo la oía llorar y llorar y con esta desesperación de no saber que pasaba, sin poder dormir, les escribí y mandé la carta. A la mañana siguiente, luego de desayunar le pasé una hoja por abajo de la puerta que decía: “Vuelvo en pocos días, te dejé el desayuno sobre la mesa. Si está frío calentalo en el microondas”. Y desde entonces, nunca más volví a mi casa.
-Y dígame, señor Hernández ¿dónde duerme ahora? - preguntó mi hijo.
-En un hotel a 3 cuadras de aquí.- contestó
-De acuerdo, ¿su mujer tiene WhatsApp?- le preguntó Harrison.
-Sí, pero... no entiendo a dónde va esto- respondió
-Mire, señor, la cosa es esta, -comenzó John Cheshire – podríamos tomar el teléfono celular de su mujer y ver si le mandó mensajes a alguna de sus amigas que nos pueda dar alguna pista, pero la cuestión es si su mujer lleva el celular a trabajar.
-Sí, lo lleva, pero todos los lunes a la mañana va a comprar lo de la semana y no lo lleva.- respondió Franco.
-Genial, si tenemos su aprobación podríamos ir mañana por la mañana a su casa en el momento en que ella esté comprando lo de la semana. Es tan fácil como camuflarse de alguna forma, esperar a que se vaya, entrar y revisar su celular. ¿Está de acuerdo, señor?
-Me parece perfecto.
Y así se hizo, a la mañana siguiente iban rumbo a la casa del señor Franco Hernández. La mujer salió deprimida a hacer las compras y ellos entraron a la casa. Tardaron un poco en encontrar el teléfono, pero lo lograron. Acto seguido abrieron una conversación y solo alcanzaron a leer: “Cuando se entere me va a matar, además de ser muy caros, son muy importantes tanto en lo sentimental, como en lo simbólico por nuestro casamiento.” Al terminar de leer eso, entró la mujer de Franco, y al ver a su marido y a dos hombres mirando su teléfono dejó caer las bolsas al piso.