cuentos medievales Santiago Moncada Silva | Page 17
elevados muros que tenía a ambos lados y, muy despacio, descendió por el angosto
camino, desenrollando el hilo a medida que avanzaba. Más adelante vio un poco de luz
filtrándose por el suelo del palacio, y pudo ver miles de calaveras y huesos
desparramados por el suelo.
De pronto oyó un terrible rugido que resonaba por los pasadizos. El espantoso sonido se
aproximaba más y más, y Teseo percibió la fuerte pisada del gigante que se acercaba.
El laberinto del minotauro
El laberinto del minotauro
Inesperadamente, la bestia se abalanzó sobre él, bramando y rugiendo, pero el príncipe
se apartó de un salto, asiéndose a la roca. La bestia volvió a abalanzarse sobre él, y esta
vez Teseo le asestó un violento puñetazo en el pecho. El Minotauro cayó hacia atrás,
aturdido, y Teseo le agarró por sus inmensos y afilados cuernos, inmovilizándole. El
Minotauro soltó de nuevo un rugido y rechinó sus enormes dientes. Teseo sacó
rápidamente su espada y la hundió tres veces en el corazón del Minotauro. La bestia
rugió una vez más… y luego se quedó inmóvil.
En la oscuridad, Teseo buscó el ovillo de hilo que se había caído. Cuando lo halló, fue
siguiendo con las manos el rastro del hilo a través de los oscuros y sinuosos corredores
del laberinto. Al fin alcanzó la puerta donde se hallaba Ariadna.
Al ver a Teseo manchado de sangre, corrió hacia él y le abrazó apasionadamente.
—Debemos apresurarnos —dijo la joven, muy excitada—, o nos descubrirán los guardias
de mi padre.
Ariadna condujo a Teseo a donde se hallaba anclado el barco. Allí, esperándoles,
estaban los siete muchachos y las siete doncellas. Cuando salió el sol, pusieron rumbo a
Atenas.