Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-¿Sabes, -respondió el primero-, que el rocío que ha caído esta noche de la horca, encima de
nosotros, daría la vista a los ciegos que se bañasen con él los ojos? Si lo supieran, recobraría la
vista más de uno que cree haberla perdido para siempre.
El sastre, al oír esto tomó su pañuelo, lo frotó en la yerba hasta que estuvo bien mojado con el
rocío y se humedeció las vacías cavidades de sus ojos. Enseguida se realizó lo que había predicho
el ahorcado y sus órbitas se llenaron con dos ojos vivos y perspicaces. No tardó el sastre en ver
salir el sol por detrás de las montañas. Delante de él se extendía en la llanura la gran capital, con
sus puertas magníficas y sus cien campanarios coronados de brillantes cruces. Podía ya contar las
hojas de los árboles, seguir el vuelo de los pájaros y la danza de las moscas. Sacó una aguja de su
bolsillo y probó a enhebrarla: viendo que lo conseguía, su corazón se llenó de regocijo. Se puso de
rodillas para dar gracias a Dios por su misericordia y hacer la oración de la mañana, y sin olvidar
a aquellos pobres pecadores colgados en la horca y traqueteados por el viento, como badajos de
campana. Desechando sus disgustos, cogió su paquete bajo el brazo y se puso en camino, cantando
y silbando.
El primer ser que encontró fue un potro castaño, que pacía en libertad en un prado. Le cogió por la
crin e iba a montarlo para dirigirse a la ciudad. Pero el potro le suplicó que le dejase.
-Soy todavía demasiado joven, -añadió-; es verdad que tú no eres más que un sastrecillo, ligero
como una pluma, pero aun así me romperías los lomos; déjame comer hasta que sea más fuerte.
Quizá venga tiempo en que pueda recompensarte.
-Márchate, -respondió el sastre-; así como así, veo que no sirves más que para saltar.
Y le dio con la palma de la mano encima de la grupa. El potro se pu so a dar vueltas de alegría y a
lanzarse a través de los campos, saltando por encima de los setos y los fosos.
Sin embargo, el sastre no había comido desde el día anterior.
-Mis ojos, -se decía-, han vuelto a ver la luz, pero mi estómago no ha vuelto a ver el pan. La
primera cosa que encuentre que pueda comer, la trasladaré a él.
Al mismo tiempo vio una cigüeña que se adelantaba con la mayor gravedad por el prado.
-Detente, -le gritó cogiéndola por una pata-; ignoro si tu carne es buena para comer, pero el hambre
no me deja dudar en la elección; voy a cortarte la cabeza y asarte.
-Guárdate bien de hacerlo, -dijo la cigüeña-; soy un pájaro sagrado, útil a los hombres y nadie me
ha hecho nunca daño. Déjame la vida y quizá otra vez pueda servirte de algo.
-Pues bien, -dijo el sastre- echa a correr, comadre de los largos pies.
La cigüeña echó a volar y se elevó tranquilamente en los aires, dejando colgar sus patas.
-¿En qué va a parar todo esto? -se dijo el sastre-; mi hambre no disminuye y mi estómago me
atormenta. Ahora sí que está perdido el primer ser que encuentre a mano.
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