Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-A ti que estás siempre tan alegre no te viene mal conocer un poco la desgracia. Los pájaros que
cantan por la mañana caen en las garras del gavilán por la tarde.
En una palabra, no le tuvo lástima.
En la mañana del quinto día, el pobre sastre no tenía ya fuerzas para levantarse. Apenas podía
pronunciar una palabra en su desmayo: tenía las mejillas pálidas y los ojos encarnados. El zapatero
le dijo:
-Te daré un pedazo de pan, pero a condición de que he de sacarte el ojo derecho.
El desgraciado, obligado a aceptar este horrible contrato para conservar la vida, lloró con los dos
ojos por última vez y se ofreció a su verdugo, que le sacó el ojo derecho con la punta de su cuchillo.
El sastre recordó entonces lo que acostumbraba decirle su madre cuando era niño y cuando le daba
azotes por haberle quitado alguna golosina:
-Se debe comer todo lo que se puede, pero también se debe sufrir todo lo que no se puede impedir.
En cuanto hubo comido aquel pan que tan caro le había costado, se puso en pie y se consoló de su
desgracia, pensando que vería bastante bien con un solo ojo. Pero al sexto día le volvió el hambre
y se sintió enteramente desfallecido. Cayó por la noche al pie de un árbol y al día siguiente por la
mañana le impidió levantarse la debilidad. Sentía acercarse la muerte. El zapatero le dijo:
-Tengo compasión de ti, y te voy a dar otro pedazo de pan, pero a cambio te sacaré el ojo que te
queda.
El pobre hombre pensó entonces en su ligereza, que era la causa de todo esto; pidió perdón a Dios
y dijo:
-Haz lo que quieras, yo sufriré todo lo que sea necesario. Pero piensa que si Dios no castiga
siempre en el acto llegará, sin embargo, un instante en que pagues el mal que me haces sin haberlo
merecido. En los días de prosperidad he repartido contigo lo que tenía. Necesito los ojos para
trabajar: cuando carezca de ellos, no podré coser ya y tendré que pedir limosna. A lo menos,
cuando esté ciego, no me dejes aquí solo, pues me moriría de hambre.
El zapatero, que no tenía temor de Dios, cogió su cuchillo y le sacó el ojo izquierdo; después le dio
un pedazo de pan y haciéndole agarrarse a la punta de un palo; se lo llevó detrás de sí.
Al ponerse el sol llegaron al extremo del bosque donde había una horca. El zapatero condujo a su
ciego compañero hasta el pie del cadalso y dejándole allí continuó solo su camino. El desgraciado
se durmió, anonadado de fatiga, de dolor y de hambre y pasó toda la noche en un profundo sueño.
Se despertó al amanecer sin saber dónde estaba. En la horca se hallaban colgados dos pobres
pecadores con dos cuervos sobre sus cabezas. El primer ahorcado comenzó a decir:
-¿Duermes, hermano?
-Estoy despierto, -respondió el otro.
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