Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Ambos tenían más tiempo que perder que dinero que gastar. En todas las ciudades donde entraban,
visitaban a los maestros de sus oficios, y, como el sastrecillo era un muchacho muy guapo y de
muy buen humor le daban trabajo con mucho gusto, y aún a veces la hija del maestro le daba
además, algún que otro apretón de manos por detrás de la puerta. Cuando volvía a reunirse con su
compañero, su bolsa era siempre la más repleta. Entonces el zapatero, gruñendo siempre, se ponía
aún más feo, refunfuñando por lo bajo:
-Sólo los pícaros tienen fortuna.
Pero el sastre no hacía más que reírse y repartía todo lo que tenía con su compañero. En cuanto oía
sonar metal en su bolsillo se hacía servir de lo mejor y manifestando con gestos su alegría, hacía
saltar los vasos encima de la mesa. Por él podía muy bien decirse: «pronto ganado, pero aún más
pronto gastado.»
Después de haber viajado durante algún tiempo, llegaron a un espeso bosque, por el que pasaba
el camino hacia la capital del reino. Había que elegir entre dos sendas, por la una se tardaba en
llegar siete días, por la otra dos solamente; pero ninguno de los dos sabía cual era la más corta. Se
sentaron bajo una encina y pensaron juntos el camino que debían tomar y la cantidad de pan que
convenía llevar. El zapatero dijo:
-Siempre se debe tomar el mayor número de precauciones posibles, compraré pan para siete días.
-¿A qué viene, -dijo el sastre-, llevar en la espalda pan para siete días: como una bestia de carga?
Yo tengo confianza en Dios, y nada me da cuidado. El dinero que llevo en el bolsillo vale tanto en
verano como en invierno, pero cuando hace calor el pan se seca y enmohece. Mi casaca no pasa
de la torda: yo no tomo tantas precauciones. Y además, ¿por qué no hemos de dar con el camino
mejor? Basta con pan para dos días.
Cada uno hizo sus provisiones, y se pusieron en camino a