Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-Tampoco es esta la que busco, -dijo-. ¿Tenéis otra hija?
-No, -contestó el marido-; de mi primera mujer tuve una pobre chica, a la que llamamos la
Cenicienta, porque está siempre en la cocina, pero esa no puede ser la novia que buscáis.
El hijo del rey insistió en verla, pero la madre le replicó:
-No, no, está demasiado sucia para atreverme a enseñarla.
Se empeñó, sin embargo, en que saliera y hubo que llamar a la Cenicienta. Se lavó primero la
cara y las manos, y salió después ante la presencia del príncipe que le alargó el zapato de oro; se
sentó en su banco, sacó de su pie el pesado zueco y se puso el zapato que le venía perfectamente,
y cuando se levantó y le vio el príncipe la cara, reconoció a la hermosa doncella que había bailado
con él, y dijo:
-Esta es mi verdadera novia.
La madrastra y las dos hermanas se pusieron pálidas de ira, pero él subió a la Cenicienta en su
caballo y se marchó con ella, y cuando pasaban por delante del árbol, dijeron las dos palomas
blancas.
Sigue, príncipe, sigue adelante
sin parar un solo instante,
pues ya encontraste el dueño
del zapatito pequeño.
Después de decir esto, echaron a volar y se pusieron en los hombros de la Cenicienta, una en el
derecho y otra en el izquierdo.
Cuando se verificó la boda, fueron las falsas hermanas a acompañarla y tomar parte en su felicidad,
y al dirigirse los novios a la iglesia, iba la mayor a la derecha y la menor a la izquierda, y las
palomas que llevaba la Cenicienta en sus hombros picaron a la mayor en el ojo derecho y a la
menor en el izquierdo, de modo que picaron a cada una en un ojo; a su regreso se puso la mayor
a la izquierda y la menor a la derecha, y las palomas picaron a cada una en el otro ojo, quedando
ciegas toda su vida por su falsedad y envidia.
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