Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Algunos meses después fueron las hermanas a pescar al río; al acercarse a la orilla vieron correr
una especie de saltamontes grande, que saltaba junto al agua como si quisiera arrojarse a ella,
echaron a correr y conocieron al enano.
-¿Qué tienes? -dijo Rojarosa-, ¿es que quieres tirarte al río?
-¡Qué bestia eres! -exclamó el enano-, ¿no ves que es ese maldito pez que quiere arrastrarme al
agua?
Un pescador había echado el anzuelo, mas por desgracia el aire enredó el hilo en la barba del
enano, y cuando algunos instantes después mordió el cebo un pez muy grande, las fuerzas de la
débil criatura no bastaron para sacarle del agua y el pez que tenía la ventaja atraía al enano hacia
sí, quien tuvo que agarrarse a los juncos y a las yerbas de la ribera, a pesar de lo cual le arrastraba
el pez y se veía en peligro de caer al agua. Las niñas llegaron a tiempo para detenerle y procuraron
desenredar su barba, pero todo en vano, pues se hallaba enganchada en el hilo. Fue preciso recurrir
otra vez a las tijeras y cortaron un poco de la punta. El enano exclamó entonces encolerizado:
-Necias, ¿tenéis la costumbre de desfigurar así a las gentes? ¿No ha sido bastante con haberme
cortado la barba una vez, sino que habéis vuelto a cortármela hoy? ¿Cómo me voy a presentar a
mis hermanos? ¡Ojalá tengáis que correr sin zapatos y os desolléis los pies! y cogiendo un saco de
perlas que estaba oculto entre las cañas, se lo llevó sin decir una palabra y desapareció en seguida
detrás de una piedra.
Poco tiempo después envió la madre a sus hijas a la aldea para comprar hilo, agujas y cintas, tení an
que pasar por un erial lleno de rosas, donde distinguieron un pájaro muy grande que daba vueltas
en el aire, y que después de haber volado largo tiempo por encima de sus cabezas, comenzó a bajar
poco a poco, concluyendo por dejarse caer de pronto al suelo. Al mismo tiempo se oyeron gritos
penetrantes y lastimosos. Corrieron y vieron con asombro a un águila que tenía entre sus garras
a su antiguo conocido el enano, y que procuraba llevárselo. Las niñas, guiadas por su bondadoso
corazón, sostuvieron al enano con todas sus fuerzas, y se las hubieron también con el águila que
acabó por soltar su presa; pero en cuanto el enano se repuso de su estupor, les gritó con voz
gruñona:
-¿No podíais haberme cogido con un poco más de suavidad, pues habéis tirado de tal manera de mi
pobre vestido que me lo habéis hecho pedazos? ¡Qué torpes sois! Después cogió un saco de piedras
preciosas y se deslizó a su agujero, en medio de las rosas. Las niñas estaban acostumbradas a su
ingratitud y así continuaron su camino sin hacer caso, yendo a la aldea a sus compras.
Cuando a su regreso volvieron a pasar por aquel sitio, sorprendieron al enano que estaba vaciando
su saco de piedras preciosas, no creyendo que transitase nadie por allí a aquellas horas, pues era ya
muy tarde. El sol al ponerse iluminaba la pedrería y lanzaba rayos tan brillantes, que las niñas se
quedaron inmóviles para contemplarlas.
-¿Por qué os quedáis ahí embobadas? -les dijo, y su rostro ordinariamente gris estaba enteramente
rojo de cólera.
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