Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Iba a continuar un dicterio, cuando salió del fondo del bosque un oso completamente negro, dando
terribles gruñidos. El enano quería huir lleno de espanto, pero no tuvo tiempo para llegar a su
escondrijo, pues el oso le cerró el paso; entonces le dijo suplicándole con un acento desesperado:
-Perdonadme, querido señor oso, y os daré todos mis tesoros, todas esas joyas que veis delante
de vos, concededme la vida: ¿qué ganaréis con matar a un miserable enano como yo? Apenas me
sentirías entre los dientes; no es mucho mejor que cojáis a esas dos malditas muchachas, que son
dos buenos bocados, gordas como codornices? Y zampáoslas en nombre de Dios.
Pero el oso sin escucharle, dio a aquella malvada criatura un golpe con su pata y cayó al suelo
muerta.
Las niñas se habían salvado, pero el oso les gritó:
-¿Blancanieve? ¿Rojarosa? No tengáis miedo, esperadme.
Reconocieron su voz y se detuvieron, y cuando estuvo cerca de ellas, cayó de repente su piel de
oso y vieron a un joven vestido con un traje dorado.
-Soy un príncipe, -les dijo-, ese infame enano me había convertido en oso, después de haberme
robado todos mis tesoros; me había condenado a recorrer los bosques bajo esta forma y no podía
verme libre más que con su muerte. Ahora ya ha recibido el premio de su maldad.
Blancanieve se casó con el príncipe y Rojarosa con un hermano suyo y repartieron entre todos los
grandes tesoros que el enano había amontonado en su agujero. Su madre vivió todavía muchos
años, tranquila y feliz cerca de sus hijos. Tomó los dos rosales y los colocó en su ventana, donde
daban todas las primaveras hermosísimas rosas blancas y encarnadas.
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