Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Con todo eso, ella se sentó en la esquina de la plaza del mercado y las colocó a su alrededor, listas
para la venta. Pero repentinamente apareció galopando un jinete aparentemente borracho y pasó
sobre las vajillas de manera que todas se quebraron en mil pedazos. Ella comenzó a llorar y no
sabía que hacer por miedo.
-¡Ay no! ¿Qué será de mí? -gritaba-. ¿Qué dirá mi esposo de todo esto?
Ella corrió a la casa y le contó a él todo su infortunio.
-¿A quién se le ocurre sentarse en la esquina de la plaza del mercado con vajillas? -dijo él.
-Deja de llorar, ya veo muy bien que no puedes hacer un trabajo ordinario, de modo que fui al
palacio de nuestro rey y le pedí si no podría encontrar un campo de criada en la cocina y me
prometieron que te tomarían y así tendrás la comida de gratis.
La hija del rey era ahora criada de la cocina, tenía que estar en el fregadero, hacer los mandados y
realizar los trabajos más sucios. En ambas bolsas de su ropa ella siempre llevaba una pequeña jarra,
en las cuales echaba lo que le correspondía de su comida para llevarla a casa y así se mantuvieron.
Sucedió que anunciaron que se iba a celebrar la boda del hijo mayor del rey, así que la pobre mujer
subió y se colocó cerca de la puerta del salón para poder ver. Cuando se encendieron todas las
candelas y la gente, cada una más elegante que la otra, entró, y todo se llenó de pompa y esplendor,
ella pensó en su destino, con un corazón triste, y maldijo el orgullo y arrogancia que la dominaron
y la llevaron a tanta pobreza.
El olor de los deliciosos platos que se servían adentro y afuera llegaron a ella, y ahora y entonces,
los sirvientes le daban a ella algunos de esos bocadillos que guardaba en sus jarras para llevar a
casa.
En un momento dado entró el hijo del rey, vestido en terciopelo y seda, con cadenas de oro en
su garganta. Y cuando él vio a la bella criada parada por la puerta, la tomó de la mano y hubiera
bailado con ella. Pero ella rehusó y se atemorizó mucho, ya que vio que era el rey Pico de Tordo, el
pretendiente que ella había echado con burla. Su resistencia era indescriptible. Él la llevó al salón,
pero los hilos que sostenían sus jarras se rompieron, estas cayeron, la sopa se regó, y los bocadillos
se esparcieron por todo lado. Y cuando la gente vio aquello, se soltó una risa generalizada y
burla por doquier, y ella se sentía tan avergonzada que desearía estar kilómetros bajo tierra en ese
momento. Ella se soltó y corrió hacia la puerta y se hubiera ido, pero en las gradas un hombre la
sostuvo y la llevó de regreso. Se fijó de nuevo en el rey y confirmó que era el rey Pico de Tordo.
Entonces él le dijo cariñosamente:
-No tengas temor. Yo y el músico que ha estado viviendo contigo en aquel tugurio, somos la misma
persona. Por amor a ti, yo me disfracé, y también yo fui el jinete loco que quebró tu vajilla. Todo
eso lo hice para abatir al espíritu de orgullo que te poseía y castigarte por la insolencia con que te
burlaste de mí.
Entonces ella lloró amargamente y dijo:
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