Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
El músico contestó:
-Esta es mi casa y la tuya, donde viviremos juntos.
Ella tuvo que agacharse para poder pasar por la pequeña puerta.
-¿Dónde están los sirvientes? -dijo la hija del rey.
-¿Cuáles sirvientes? -contestó el mendigo.
-Tú debes hacer por ti misma lo que quieras que se haga. Para empezar enciende el fuego ahora
mismo y pon agua a hervir para hacer la cena. Estoy muy cansado.
Pero la hija del rey no sabía nada de cómo encender fuegos o cocinar y el mendigo tuvo que darle
una mano para que medio pudiera hacer las cosas. Cuando terminaron su raquítica comida fueron
a su cama y él la obligó a que en la mañana debería levantarse temprano para poner en orden la
pequeña casa.
Por unos días ellos vivieron de esa manera lo mejor que podían y gastaron todas sus provisiones.
Entonces el hombre dijo:
-Esposa, no podemos seguir comiendo y viviendo aquí, sin ganar nada. Tienes que confeccionar
canastas.
Él salió, cortó algunas tiras de mimbre y las llevó adentro. Entonces ella comenzó a tejer, pero las
fuertes tiras herían sus delicadas manos.
-Ya veo que esto no funciona -dijo el hombre.
-Más bien ponte a hilar, tal vez lo hagas mejor.
Ella se sentó y trató de hilar, pero el duro hilo pronto cortó sus suaves dedos que hasta sangraron.
-Ves -dijo el hombre- no calzas con ningún trabajo. Veo que hice un mal negocio contigo. Ahora
yo trataré de hacer comercio con ollas y utensilios de barro. Tú te sentarás en la plaza del mercado
y venderás los artículos.
“¡Caray!, -pensó ella- si alguien del reino de mi padre viene a ese mercado y me ve sentada allí,
vendiendo, cómo se burlará de mí”.
Pero no había alternativa. Ella tenía que estar allá, a menos que escogiera morir de hambre.
La primera vez le fue muy bien, ya que la gente estaba complacida de comprar los utensilios de
la mujer porque ella tenía bonita apariencia y todos pagaban lo que ella pedía. Y algunos hasta le
daban el dinero y le dejaban allí la mercancía. De modo que ellos vivieron de lo que ella ganaba
mientras ese dinero durara. Entonces el esposo compró un montón de vajillas nuevas.
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