Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
El muchacho subió tranquilamente la escalera con el verdugo, pero en el último escalón se volvió
y dijo al juez:
-Concededme una cosa antes de morir.
-Te la concedo -dijo el juez-, a menos que no pidas la vida.
-No os pido la vida -respondió el joven-; permitidme solamente por última vez tocar el violín.
El judío dio un grito de dolor:
-Por amor de Dios, no se lo permitáis, no se lo permitáis.
Pero el juez dijo:
-¿Por qué no darle ese último placer?
Además no podía negárselo, a causa del don que tenía el muchacho de hacerse conceder todo lo
que pidiera.
El judío gritó:
-¡Ah, Dios mío! Atadme, atadme bien.
El buen muchacho cogió su violín, y al primer golpe del arco todo el mu ndo comenzó a moverse
y a menearse; el juez, el escribano, los criados del verdugo, y se cayó la cuerda de las manos del
que quería atar al judío. Al segundo golpe, todos comenzaron a saltar y a bailar: el juez y el judío
al frente saltaban más alto que los demás. La danza se generalizó por último, bailando todos los
espectadores, gordos y flacos, jóvenes y viejos; hasta los perros se levantaban sobre sus patas
traseras para bailar también. Cuanto más tocaba, más saltaban los bailarines: las cabezas chocaban
entre sí y la multitud comenzó a gemir tristemente. El juez exclamó perdiendo el aliento:
-Te concedo el perdón, pero deja de tocar.
El buen muchacho colgó su violín al cuello y bajó la escalera. Se acercó al judío, que estaba en el
suelo y procuraba recobrar su aliento.
-Pícaro -le dijo-; confiesa de donde te viene tu oro, o cojo mi violín y vuelvo a empezar.
-¡Lo he robado, lo he robado! -exclamó el judío-. Tú lo habías ganado bien.
De aquí resultó que el juez cogió al judío y le hizo ahorcar como ladrón.
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