Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Pero el muchacho continuaba, pensando:
-Tú has desollado a bastante gente, que te desuellen a ti las espinas.
El judío saltaba más alto cada vez, y los pedazos de sus vestidos quedaban colgados en el chaparro.
-¡Desgraciado de mí! -exclamaba-; te daré lo que quieras si dejas de tocar; te daré una bolsa llena
de oro.
-Ya que eres tan generoso -dijo el muchacho-, voy a dejar de tocar; pero no dejaré de hacerte
cumplida justicia; bailas con la mayor perfección. -A estas palabras tomó su bolsa y continuó su
camino.
El judío le vio partir, y cuando le hubo perdido de vista, se puso a gritar con todas sus fuerzas:
-¡Miserable músico, violín de taberna, espera que te coja! Te haré correr de tal modo que gastarás
las suelas de tus zapatos. ¡Maldito canalla! ¡Ponte cuatro maravedíes en la boca, si quieres valer
dos cuartos! -y otras injurias que le dictaba su imaginación.
En cuanto se hubo calmado un poco, y se alivió su corazón, corrió a la ciudad a buscar al juez.
-Señor, apelo a vos; mirad como me han despojado y robado en el camino real. Las piedras del
camino habrán tenido compasión de mí: ¡mis vestidos despedazados, mi cuerpo desollado!, ¡mi
pobre dinero robado con mi bolsillo!, ¡buenos ducados, a cuál más hermosos! ¡Por amor de Dios,
haced prender al culpable!
-¿Es un soldado, -preguntó el juez-, quien te ha puesto así, a sablazos?
-No tenía espada -dijo el judío-, pero llevaba una cerbatana al hombro y un violín al cuello. El
malvado es fácil de conocer.
El juez envió sus gentes en persecución del culpable: el guapo mozo había andado de aquí para allá
por el camino; no tardaron en encontrarle, y hallaron encima de él, el bolsillo lleno de oro. Cuando
compareció ante el tribunal:
-Yo no he tocado al judío -dijo-; yo no le he quitado su oro; él me lo ha dado voluntariamente, para
que callase mi violín, porque le desagradaba mi música.
-¡Dios me proteja! -exclamó el judío-, coge las mentiras al vuelo como las moscas.
Pero el juez no quiso creerle y dijo:
-He ahí una mala defensa, los judíos no dan su dinero sin más ni más -y condenó al muchacho a la
horca, como ladrón en despoblado.
Cuando le conducían a la horca, el judío le gritaba todavía:
-¡Canalla!, perro músico ya vas a pagar lo que mereces.
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