CUENTOS HERMANOS GRIM cuentos_hermanos_grimm_edincr | Page 20

Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica -¿Por qué he de estar triste? -respondió el joven-, soy rico y llevo en mi bolsillo el salario de tres años. -¿A cuánto sube tu tesoro? -le preguntó el hombrecillo. -A tres ochavos, en buenas monedas y bien contados. -Escucha -le dijo el enano- yo soy un pobre que está en la última miseria; dame tus tres ochavos; yo no puedo trabajar, pero tú eres joven y ganarás con facilidad el pan. El joven tenía buen corazón; se compadeció del hombrecillo y le dio sus seis maravedíes, diciendo: -Tómalos, por el amor de Dios; yo puedo muy bien pasarme sin ellos. Entonces repuso el enano: -Tienes buen corazón; desea tres cosas, y por cada ochavo que me has dado obtendrás una de ellas. -¡Ah!, ¡ah! -dijo el joven- ¿entiendes de magia? Pues bien, si es así, quiero que me des, en primer lugar, una cerbatana que no yerre nunca el blanco; en segundo lugar, un violín que obligue a bailar a todos los que le oigan tocar, y por último, quiero que cuando dirija una pregunta a alguno se vea obligado a contestarme. -Todo lo tienes ya -dijo el enano-; y entreabrió el chaparro, donde se hallaban el violín y la cerbatana, como si los hubiera depositado expresamente, y se los dio al joven añadiendo: -Cuando pidas alguna cosa, nadie podrá negártela. -¿Qué puedo desear ya? -se dijo a sí mismo el muchacho; y se volvió a poner en camino. Un poco más lejos encontró a un judío con su larga barba de chivo, que estaba inmóvil escuchando el cántico de un pájaro, colocado en lo alto de un árbol: -¡Maravilla de Dios! -exclamaba-. ¡Que un animal tan pequeño tenga una voz tan grande! Quisiera cogerle. ¿Pero quién se encargará de ponerle sal debajo de la cola? -Si no quieres más que eso -dijo el muchacho-, el pájaro estará bien pronto en el suelo; -y apuntó tan bien, que el animal cayó en las espinas que había al pie del árbol. -Anda, pícaro -dijo al judío-, y coge tu pájaro. El judío se puso en cuatro pies para entrar en las espinas. En cuanto estuvo en medio, nuestro buen muchacho, por divertirse un rato, cogió su violín y se puso a tocar. En seguida comenzó el judío a menear los pies y a saltar, y, cuanto más tocaba el violín, con mayor ardor bailaba. Pero las espinas despedazaban los andrajos del judío, le arrancaban la barba y le llenaban el cuerpo de sangre. -¡Ah! -exclamó-; ¿qué música es esa? Dejad vuestro violín, yo no quiero bailar. 20