Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-¿Por qué he de estar triste? -respondió el joven-, soy rico y llevo en mi bolsillo el salario de tres
años.
-¿A cuánto sube tu tesoro? -le preguntó el hombrecillo.
-A tres ochavos, en buenas monedas y bien contados.
-Escucha -le dijo el enano- yo soy un pobre que está en la última miseria; dame tus tres ochavos;
yo no puedo trabajar, pero tú eres joven y ganarás con facilidad el pan.
El joven tenía buen corazón; se compadeció del hombrecillo y le dio sus seis maravedíes, diciendo:
-Tómalos, por el amor de Dios; yo puedo muy bien pasarme sin ellos.
Entonces repuso el enano:
-Tienes buen corazón; desea tres cosas, y por cada ochavo que me has dado obtendrás una de ellas.
-¡Ah!, ¡ah! -dijo el joven- ¿entiendes de magia? Pues bien, si es así, quiero que me des, en primer
lugar, una cerbatana que no yerre nunca el blanco; en segundo lugar, un violín que obligue a bailar
a todos los que le oigan tocar, y por último, quiero que cuando dirija una pregunta a alguno se vea
obligado a contestarme.
-Todo lo tienes ya -dijo el enano-; y entreabrió el chaparro, donde se hallaban el violín y la cerbatana,
como si los hubiera depositado expresamente, y se los dio al joven añadiendo:
-Cuando pidas alguna cosa, nadie podrá negártela.
-¿Qué puedo desear ya? -se dijo a sí mismo el muchacho; y se volvió a poner en camino.
Un poco más lejos encontró a un judío con su larga barba de chivo, que estaba inmóvil escuchando
el cántico de un pájaro, colocado en lo alto de un árbol:
-¡Maravilla de Dios! -exclamaba-. ¡Que un animal tan pequeño tenga una voz tan grande! Quisiera
cogerle. ¿Pero quién se encargará de ponerle sal debajo de la cola?
-Si no quieres más que eso -dijo el muchacho-, el pájaro estará bien pronto en el suelo; -y apuntó
tan bien, que el animal cayó en las espinas que había al pie del árbol.
-Anda, pícaro -dijo al judío-, y coge tu pájaro.
El judío se puso en cuatro pies para entrar en las espinas.
En cuanto estuvo en medio, nuestro buen muchacho, por divertirse un rato, cogió su violín y se puso
a tocar. En seguida comenzó el judío a menear los pies y a saltar, y, cuanto más tocaba el violín, con
mayor ardor bailaba. Pero las espinas despedazaban los andrajos del judío, le arrancaban la barba
y le llenaban el cuerpo de sangre.
-¡Ah! -exclamó-; ¿qué música es esa? Dejad vuestro violín, yo no quiero bailar.
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