Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con un poco de pasta.
Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del molinero:
-Échame harina blanca en el pie -díjole.
El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba alguna tropelía, negóse al principio, pero la fiera
lo amenazó:
-Si no lo haces, te devoro.
El hombre, asustado, le blanqueó la pata. Sí, así es la gente.
Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo:
-Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida, que está de regreso y os trae buenas cosas del
bosque.
Las cabritas replicaron:
-Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de que eres nuestra madre.
La fiera puso la pata en la ventana y al ver ellas que era blanca, creyeron que eran verdad sus
palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué
prisas por esconderse todas! Metióse una debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el
horno; la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la fregadera y la más
pequeña, en la caja del reloj. Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y sin gastar cumplidos,
se las engulló a todas menos a la más pequeñita que oculta en la caja del reloj, pudo escapar a sus
pesquisas. Ya satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y llegado a un verde prado, tumbóse a
dormir a la sombra de un árbol.
Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par en
par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas
y almohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no apa