Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-Para abrazarte mejor.
-Y qué boca tan grande que tienes.
-Para comerte mejor.
Y no había terminado de decir lo anterior, cuando de un salto salió de la cama y se tragó también
a Caperucita Roja.
Entonces el lobo decidió hacer una siesta y se volvió a tirar en la cama y una vez dormido empezó
a roncar fuertemente. Un cazador que por casualidad pasaba en ese momento por allí, escuchó los
fuertes ronquidos y pensó, “¡Cómo ronca esa viejita! Voy a ver si necesita alguna ayuda.” Entonces
ingresó al dormitorio y cuando se acercó a la cama vio al lobo tirado allí.
-¡Así que te encuentro aquí, viejo pecador! -dijo él-. ¡Hacía tiempo que te buscaba!
Y ya se disponía a disparar su arma contra él, cuando pensó que el lobo podría haber devorado a la
viejita y que aún podría ser salvada, por lo que decidió no disparar. En su lugar tomó unas tijeras
y empezó a cortar el vientre del lobo durmiente. En cuanto había hecho dos cortes, vio brillar una
gorrita roja, entonces hizo dos cortes más y la pequeña Caperucita Roja salió rapidísimo, gritando:
-¡Qué asustada que estuve, qué oscuro que está ahí dentro del lobo! -y enseguida salió también
la abuelita, vivita, pero que casi no podía respirar. Rápidamente, Caperucita Roja trajo muchas
piedras con las que llenaron el vientre del lobo. Y cuando el lobo despertó, quiso correr e irse lejos,
pero las piedras estaban tan pesadas que no soportó el esfuerzo y cayó muerto.
Las tres personas se sintieron felices. El cazador le quitó la piel al lobo y se la llevó a su casa. La
abuelita comió el pastel y bebió el vino que le trajo Caperucita Roja y se reanimó. Pero Caperucita
Roja solamente pensó: “Mientras viva, nunca me retiraré del sendero para internarme en el bosque,
cosa que mi madre me había ya prohibido hacer.”
También se dice que otra vez que Caperucita Roja llevaba pasteles a la abuelita, otro lobo le habló
y trató de hacer que se saliera del sendero. Sin embargo, Caperucita Roja ya estaba a la defensiva y
siguió directo en su camino. Al llegar, le contó a su abuelita que se había encontrado con otro lobo
y que la había saludado con “buenos días”, pero con una mirada tan sospechosa, que si no hubiera
sido porque ella estaba en la vía pública, de seguro que se la hubiera tragado.
-Bueno, -dijo la abuelita- cerraremos bien la puerta, de modo que no pueda ingresar.
Luego, al cabo de un rato, llegó el lobo y tocó a la puerta y gritó:
-¡Abre abuelita que soy Caperucita Roja y te traigo unos pasteles!
Pero ellas callaron y no abrieron la puerta, así que aquel hocicón se puso a dar vueltas alrededor de
la casa y de último saltó sobre el techo y se sentó a esperar que Caperucita Roja regresara a su casa
al atardecer para entonces saltar sobre ella y devorarla en la oscuridad. Pero la abuelita conocía
muy bien sus malas intenciones. Al frente de la casa había una gran olla, así que le dijo a la niña:
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