Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-Como a medio kilómetro más adentro en el bosque. Su casa está bajo tres grandes robles, al lado
de unos avellanos. Seguramente ya los habrás visto -contestó inocentemente Caperucita Roja.
El lobo se dijo en silencio a sí mismo: “¡Qué criatura tan tierna! qué buen bocadito y será más
sabroso que esa viejita. Así que debo actuar con delicadeza para obtener a ambas fácilmente.”
Entonces acompañó a Caperucita Roja un pequeño tramo del camino y luego le dijo:
-Mira Caperucita Roja, que lindas flores se ven por allá, ¿por qué no vas y recoges algunas? Y yo
creo también que no te has dado cuenta de lo dulce que cantan los pajaritos. Es que vas tan apurada
en el camino como si fueras para la escuela, mientras que todo el bosque está lleno de maravillas.
Caperucita Roja levantó sus ojos y cuando vio los rayos del sol danzando aquí y allá entre los
árboles y vio las bellas flores y el canto de los pájaros, pensó: “Supongo que podría llevarle unas
de estas flores frescas a mi abuelita y que le encantarán. Además, aún es muy temprano y no habrá
problema si me atraso un poquito, siempre llegaré a buena hora.” Y así, ella se salió del camino y
se fue a cortar flores. Y cuando cortaba una, veía otra más bonita, y otra y otra, y sin darse cuenta
se fue adentrando en el bosque. Mientras tanto el lobo aprovechó el tiempo y corrió directo a la
casa de la abuelita y tocó a la puerta.
-¿Quién es? -preguntó la abuelita.
-Caperucita Roja -contestó el lobo-. Traigo pastel y vino. Ábreme, por favor.
-Mueve la cerradura y abre tú -gritó la abuelita-, estoy muy débil y no me puedo levantar.
El lobo movió la cerradura, abrió la puerta y sin decir una palabra más, se fue directo a la cama
de la abuelita y de un bocado se la tragó. Y enseguida se puso ropa de ella, se colocó un gorro, se
metió en la cama y cerró las cortinas.
Mientras tanto, Caperucita Roja se había quedado recolectando flores y cuando vio que tenía tantas
que ya no podía llevar más, se acordó de su abuelita y se puso en camino hacia ella. Cuando llegó,
se sorprendió al encontrar la puerta abierta y al entrar a la casa, sintió un extraño presentimiento y
se dijo para sí misma: “¡Oh Dios! que incómoda me siento hoy, y otras veces que me ha gustado
tanto estar con abuelita.” Entonces gritó:
-¡Buenos días! -pero no hubo respuesta, así que fue al dormitorio y abrió las cortinas. Allí parecía
estar la abuelita con su gorro cubriéndole toda la cara y con una apariencia muy extraña-. ¡Oh,
abuelita! -dijo-, qué orejas tan grandes que tienes.
-Es para oírte mejor, mi niña -fue la respuesta.
-Pero abuelita, qué ojos tan grandes que tienes.
-Son para verte mejor, querida.
-Pero abuelita, qué brazos tan grandes que tienes.
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